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Carlos Herrera  
ABC, 5 de mayo de 2004
El Alonso imantado

¿Qué si yo creo que hay que controlar o espiar lo que pasa dentro de las mezquitas, me dice usted?. Pues sí, qué quiere que le diga, sí que lo creo. Lo que no sé es cómo hay que articularlo, pero si sé que hay que hacerlo: me parece farragoso ponerlo en práctica con una ley de difícil redacción --tiene razón Acebes cuando pregunta si es que van a pedir las homilías, o como se llame a lo que sueltan los Imanes, para darle el visto bueno de la censura previa--, pero se me antoja más fácil a través de los profesionales del disimulo y el informe, es decir, los espías y toda esa patulea.

No soy, para qué decirle, de los que se echan las manos a la cabeza apelando a las libertades esenciales que, según algunos, una práctica de este tipo pudiera cercenar, ni mucho menos: la seguridad de todos está justo un centímetro antes que el derecho de algunos a escuchar soflamas en privado. Tampoco estoy entre aquellos que han instalado su discurso en la bobería irreal de la “convivencia tolerante entre culturas a través del sincretismo religioso en el seno de un estado laico y bla bla bla” que ya resulta de un cargante con el que no puedo.

Estoy con Kiki Diaz Berbel, ex alcalde de Granada, cuando contestó a los que le exigían presencia representativa musulmana en los actos conmemorativos de la Toma de Granada por los Reyes Católicos: “El que quiera turbantes, a la cabalgata”.

No me interesan las mezquitas, lo siento; no tengo ningún interés en leer el Corán; no siento atracción ni curiosidad ninguna por el Islam, por los musulmanes, por Mahoma, por las diferentes corrientes que se enfrentan en su seno.

Soy políticamente incorrecto, lo sé, ya que eso se puede decir del cristianismo, de la Biblia, de las iglesias, de los curas, pero no se puede decir de los del otro lado porque entonces eres un intolerante. Pues vuelvo a sentirlo. Sé que me pierdo una fuente inagotable de riquezas espirituales, pero renuncio a ellas. Pónganme, con matices, en la parte del listado de Oriana Fallacci.

Una vez aclarado este extremo sí que subrayo la necesidad de controlar a los que utilizan las mezquitas para el adoctrinamiento criminal y le doy la razón al ministro Alonso cuando afirma que hay que vigilar lo que pasa ahí dentro.

No se trata de acosar al pobre musulmán que va a rezar y que luego se va a su casa sin meterse en líos. Pero sí se trata de lo que se trata: que las mezquitas y sus aledaños no sean la puerta de entrada y camuflaje de los delincuentes terroristas venidos irregularmente a España.

Añadió, por demás, el nuevo ministro de interior --que tan buenos ratos parece que nos va a deparar-- que eso habría que hacerlo extensivo a todas las religiones, supongo que en un intento de “no criminalizar a ninguna confesión en particular”, e inmediatamente a todos se nos vinieron a la cabeza los peligrosos budistas, los feroces judíos y los violentísimos Hare Krishna, autores todos ellos de tantas masacres en nuestro país.

No caímos en la cuenta de que el ministro tal vez se refería a algunos curas cristianos vascos que desde sus púlpitos llaman al odio y a la exclusión, a la violencia, a la sangre, y mire usted por donde a esos sí que estaría muy bien que los controlase el ministerio, o el CNI, o el susuncordan, que al final, tanto hablar de la morería y resulta que desde el revuelo de algunas sotanas se ha amparado aquí a varios puñados de criminales sin que a ninguno se la haya caído ni un pelo.

Porque era a eso a lo que se refería usted ¿no, Alonso?.