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Carlos Herrera  
El Semanal, 30 de junio de 2013
El revivir de Fogerty

 

Fue una extraña tarde de colegio. Sin saber por qué razón, el maestro decidió que podíamos traer un tocadiscos y reproducir alguno de nuestros discos favoritos durante la clase de dibujo. Ignoro si aquello sirvió para que dibujáramos mejor, pero sí fue útil para que cuarenta y algún años después algunos nos acordemos de aquel día en el que, en la sobriedad de un aula marista, sonaran compases del despertar musical de unos chavales que no pasábamos de los trece años. Corría el año setenta y se daba por inaugurada una década, cuando menos, tan prodigiosa como la recién finalizada y que tanto había emocionado a nuestros mayores. Alguno de los que por allí pululábamos trajo el disco de unos peludos de nombre imposible: Creedence Clearwater Revival (CCR). Sin saberlo, nos inoculó a muchos de los presentes lo que con los años se ha conocido como 'el veneno Fogerty'. Tal y como si fuera ahora, recuerdo los compases, todos, del Bad moon rising y de cada una de las piezas que llegaron a continuación, una tras otra, en la sucesión de emociones más completa que tengo presente en mi larga vida de aficionado al rock. Desde aquella lejana tarde, los cuatro tipos de CCR fueron mis mejores y más evocadores compañeros del despertar de mi adolescencia. Tenía trece años, como decía, y un mundo se abría a mis oídos curiosos. ¿Quiénes eran esos tipos que sonaban a gangosos con magia?: dos hermanos y un par de fulanos de aspecto primario que habían conseguido crear lo más difícil: un sonido personal e intransferible que, años después, sigue sonando igual de fresco. De los hermanos Fogerty destacaba el solista, John, una de las voces más personales e intransferibles del sistema, un creador insólito, un hacedor de época musical, que una vez disuelto el grupo siguió a sus anchas reproduciendo sonidos varios que, inevitablemente, remitían a la Creedence. Yo crecí, como mis colegas, y el grupo se disolvió al poco tiempo, pero el sonido del Down on the corner ya se había incrustado de forma insalvable en mi disco duro.

 

Un contrato imposible y unas endemoniadas relaciones discográficas hicieron imposible a John Fogerty reinterpretar sus grandes éxitos al frente de su banda. Aun así, todo lo que grabó tras la disolución de la misma siempre sonó a CCR. Entre otras cosas porque el espíritu de CCR era él. Un puñado de discos soberbios (para los que somos sus seguidores fanáticos) evocaban el mismo sonido de aquella tarde de colegio; pero ha sido ahora, fenecidos los derechos contractuales, cuando ha podido reverdecer sus monumentales canciones al frente de aquel cuarteto de Berkeley (California). El trabajo se llama Wrote a song for everyone y ha significado poder reunir a viejos amigos y volver a grabar piezas como Proud Mary, Who'll stop the rain o Fortunate son (cantada con Foo Fighters). Gente de hoy que seguramente no conocemos los que consideramos imposible estar permanentemente al día de todo lo que se graba y gente de siempre a la que nos ha congratulado volver a encontrar han grabado un disco total. Escuchar al soberbio Bob Seger interpretar a dúo con Fogerty ese himno de Woodstock que pretendía parar la lluvia ha sido una de las mejores cosas de esta primavera. Elvis Presley vaticinó que Creedence Clearwater Revival sería una banda que se escucharía por décadas, y acertó. Tom, el hermano de John, desapareció; Stu y Doug, los dos restantes, quisieron reproducir la banda contratando a un solista que imitaba a Fogerty, pero ello solo sirvió para matar el hambre un par de veranos. Realmente, el sonido Creedence era el que ahora ha vuelto a reverdecer este tipo de casi setenta años que parece conservado en formol y que se ha convertido en una de las grandes leyendas del rock.

 

Escuchar cada una de las piezas de este disco ha venido a ser como volver a dibujar en una oscura tarde de invierno el comienzo de una década que nos dejó, indudablemente, la mejor música de nuestra vida. Claro que para cada uno la mejor música de la historia es la que coincide con tardes como aquella, en la que la música comienza a moldear nuestro espíritu mantecoso.