artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 7 de junio de 2013
LA MARCA ESPAÑA

 

La Marca España es convencer al mundo de que este es un país de oportunidades

 

SEÑALABA hace pocos días el ministro de las afueras, García Margallo, que España es el segundo país con mejor marca en Europa después de Alemania, que ha logrado ser un sello de garantía en sí misma. España es para muchos europeos un país interesante, mientras que en cambio, la peor imagen que se tiene de España es la que tienen, efectivamente, los españoles. Por ello la interesante idea de sacar de paseo la Marca España debería contemplar una especial dedicación a ser divulgada en la misma España de la que sale.

 

En tanto llegue ese día, el Gobierno, el Alto Comisario de la Marca, Carlos Espinosa de los Monteros, y los patrocinadores de la misma, han desplegado un plan de acción internacional llamado a informar a diversos sectores del atractivo indudable del que goza la España estructural en sus amplios registros. Entiéndase por estructural a aquella España que no está sometida a la coyuntura de crisis pavorosa que afecta a la mayoría de países de nuestro entorno y que distorsiona las posibilidades a largo plazo de todo aquél que tenga interés en alguno de los perfiles atractivos de nuestro país. A España pueden venir llamados por la solvente industria turística que garantiza unos días perfectos, por la oferta monumental y cultural que la inmensa mayoría de sus ciudades ofrece al visitante, o por las interesantes posibilidades de inversión que se insinúan a los que manejan capitales fuera de nuestras fronteras. España goza del prestigio de haber organizado eventos de masas modélicos, de contar entre sus nacionales con artistas de primera línea mundial, con deportistas punteros en prácticamente todas las disciplinas, con grandes diseñadores y excelentes cocineros, con los mejores restaurantes del globo, con las mejores pinacotecas, con la red de Alta Velocidad mas completa de Europa, con una red de autopistas que conecta todo su territorio, con aeropuertos competitivos y punteros, con una red de transplantes envidiada en todo el mundo, con un idioma de carácter universal hablado por cientos de millones de personas, con una capacidad de interlocución en países emergentes como los hispanoamericanos nada despreciable, con empresas lideres en su sector que están construyendo las infraestructuras más espectaculares del planeta, con liderazgo indiscutible en energías renovables, con el mejor banco del mundo y otro que le sigue y, por encima de todo, con una población que trabaja como lo que más en contra del estereotipo de sur perezoso que algunos quieren asignarle en Europa. Y España mostró, para sorpresa de incrédulos, que el consenso podía establecerse para emprender una inverosímil Transición sin precedentes hasta aquel momento. En contra de aquellos que piensan que los españoles somos absurdos, irreconciliables y permanentemente contradictorios, hemos demostrado que cuando se trata de empujar en una misma dirección hemos conseguido éxitos notables, que en absoluto tapan las inevitables diferencias con las que se solventa la vida política diaria, pero que sí habla de una colección de individuos que no se ha dejado cegar por el sol y que aún conserva hidalguías no trasnochadas y tradiciones firmemente ancladas en su ejercicio festivo, cultural y familiar que, lejos de convertirles en unos lánguidos conservadores inmovilistas, les transforman en sólidos ciudadanos bañados de historia común. La Marca España es todo eso, incluido el hecho de hallarnos ante la Nación más vieja de Europa; es convencer al mundo que este es un país de oportunidades; es insistir en que el 27% de paro, la considerable deuda pública y privada, la corrupción en determinadas estructuras politico-financieras y la recesión económica que vivimos, siendo colosales, son problemas coyunturales que pueden ser solucionados si se hacen las cosas bien. Lo arriba citado pertenece al suculento apartado de bienes estructurales del que tenemos que convencer a los demás… y a nosotros mismos. Añadiendo un último argumento: además de todo lo escrito, también sabemos divertirnos. Cosa que no es baladí. Ni pecado.