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Carlos Herrera  
ABC, 31 de mayo de 2013
LAS PATRIAS DIVISIBLES

 

Estos nostálgicos de los califatos juegan con nuestra estabilidad solo para satisfacer un irresponsable afán de originalidad
 

 

TODOS aquellos que hoy se escandalizan después de escuchar como Cayo Lara, responsable máximo de los comunistas de Izquierda Unida, apoya el supuesto «derecho a decidir» de los ciudadanos de Cataluña, no hacen si no evidenciar una manifiesta falta de memoria o de información. Eso mismo lo ha venido diciendo IU desde su nacimiento en la noche ladrillos caídos del principio de los noventa. Julio Anguita, al que tanto se le ríen las gracias y a quien se le atribuyen virtudes de equilibrio y sentido común nacidas más de la nostalgia que de otra cosa, declaró por activa y por pasiva que él era partidario, no de un referéndum en Cataluña, sino de uno en todas las comunidades autónomas para que cada una decidiese si quería seguir formando parte del Estado Español. Una suerte de Primera República, en pocas palabras. Acostumbraba a añadir que a esa pregunta IU respondía que no, pero que la misma era pertinente de por sí. Es decir, para que los catalanes pudieran preguntarse si querían seguir siendo una parte esencial de España, había que someter a los demás al estrés de una pregunta absurda en regiones, por ejemplo, como Murcia. Y a semejante pensador se le consideraba un estadista. Manda huevos.

 

Lo que hace ahora IU no es sino repetir tal boutade, escenificar un desapego de la idea de Nación, del concepto de Estado común, atribuyéndole a la idea de comunidad nacional los males que se desprenden por la gestión de las cosas que tienen los políticos, no las estructuras. Es fácil teatralizar la idea de sociedad sin patria: así se le asigna el mal de nuestro tiempo a algo sencillo de culpar. IU, como el resto de la izquierda, se esconde tras el difuso concepto de estado federal para desnaturalizar la colectividad nacida de afanes comunes que han mantenido durante siglos decenas de generaciones de españoles. Y en virtud de tal empeño sueltan por esa boca unas estupideces que no hacen si no alarmar a los ciudadanos al comprobar en manos de quiénes está el cuidado de nuestros intereses.

 

Multiplicar las patrias por mil es una forma de acabar con la patria común. En función de ello hemos escuchado la última tontuna en boca del vicepresidente de la inefable Junta de Andalucía don Diego Valderas. Según el inspirado estadista, Andalucía también sería una realidad nacional en el conjunto de España. ¿Tendría a bien decirnos el susodicho pensador qué realidad nacional diferencia a los habitantes del norte de Jaén con los del sur de Ciudad Real? ¿O a los del sur de Badajoz con los del norte de Huelva? Una forma de desautorizar la idea de Patria, que tantos andaluces sienten en sus adentros y la identifican con España, es asegurar que la patria nuestra, la de los ciudadanos del sur, no es otra que la igualdad y la solidaridad. Basta decir que ambas virtudes, tan dignas de aplauso, no son más que características de sociedades desarrolladas, pero no configuran ningún tipo de patria, y menos aún gestionada por gerentes de la catadura de la excluyente izquierda comunista. Si la patria andaluza, que no es otra que la española –digan lo que digan los iluminados exégetas de Blas Infante– tiene como introductores a elementos de la densidad de pensamiento de Valderas o del haragán de Sánchez Gordillo apañados vamos.

 

Estos nostálgicos de los califatos, estos irresponsables estrategas del futuro, juegan con nuestra estabilidad solo para satisfacer un irresponsable afán de originalidad. Apoyar la consulta catalana y no reconocer que es a toda España a quien corresponde el derecho de decidir su futuro es una forma de no creer en la misma España. Que es, por cierto, la que les da de comer, la que da sentido a las estructuras mediante las que han llegado a ser lo que son.