artículo
 
 
Carlos Herrera  
El Semanal, 21 de abril de 2013
Aquella tarde con Thatcher

 

A lo largo de esta semana y parte de la anterior se ha venido hablando largamente de un personaje capital en la Europa de finales del siglo pasado, de singular trascendencia para su país y de influencia claramente mundial en todos los ámbitos geopolíticos: Margaret Thatcher. Los perfiles que se han dibujado tras su fallecimiento recogen la personalidad y la obra de una mujer valiente, sin complejos, que revitalizó un país en manifiesta decadencia como la Gran Bretaña del final de los años setenta. Sus memorias, reeditadas hace poco por Aguilar, son un catálogo de su tenacidad, además de un paseo preciso y metódico por todo lo que le aconteció en Downing Street: guerras, huelgas, bombas y traiciones incluidas. En la lectura siempre apasionada de la vida de una mujer que llegó con la clara idea de cambiar su país no falta incluso la falta de piedad que tuvo con unos y otros, especialmente con los que le eran propios, a los que también sacude.

 

Pero me permito añadir algo a lo ya descrito profusamente durante estos días. Quien esto firma trajo una tarde a Madrid a Margaret Thatcher con motivo de una entrevista en un programa de TVE que entonces dirigía y presentaba, de nombre Primero Izquierda. La negociación duró algunas semanas, ya no era primera ministra y su hijo se encargaba de sus cosas. Con él había que negociar y no era fácil, ya que se trataba de un muchacho un tanto impreciso. Pero se acordó una fecha y una hora. Y llegó. No puntualmente, pero llegó. El hecho de que se retrasara me impidió acudir a Jaén, como tenía previsto, a pronunciar el pregón de las fiestas de San Lucas de aquel año, cosa que mis amigos jaeneros me han recordado hasta hace poco y que casi le cuesta un infarto a mi inolvidable Lorenzo Molina, director entonces de la SER, la emisora en la que prestaba yo mis humildes servicios por aquel entonces. Thatcher, como digo, había dejado de ser primera ministra pocos meses atrás con motivo de la encerrona que le preparó su propio partido, aun bien de haber ganado tres mayorías absolutas consecutivas. Europa, en sí misma, no le sentaba bien, no era una idea que le gustara y su enfrentamiento con su propio Foreing Office empezó a despertar en sus compañeros tories un deseo de relevo. Lo demás es historia.

 

Thatcher llegó a TVE a eso de las cinco. La esperábamos a las dos. Fue recibida por dos miembros de la oficina de relaciones públicas internacionales de la casa y echó un vistazo al plató. Quiso departir con un servidor durante algunos minutos, pidió un té y me advirtió de entrada que habría cosas de las que no podría hablar, entre ellas de la renovación de la derecha española que se estaba produciendo por aquel tiempo. Evidentemente yo se lo pregunté en la entrevista, pero contestó que poco podía decir de un partido amigo, pero que, si le preguntaban, ella diría cuáles eran sus ideas sobre el gobierno de las cosas, fueran estas británicas o españolas. Y así desgranó su ideología durante unos minutos brillantes, sencillos y concisos que casi podría repetir palabra por palabra. El té previo se extendió algunos minutos más de la cuenta y sirvió, entre otras cosas, para saber que tenía buena impresión personal de Felipe González, aunque aseguraba no estar de acuerdo con él en más de la mitad de las cosas que compartían. No podía disimular ni quería la añoranza y el entusiasmo por el tiempo en el que coincidió con Ronald Reagan al frente de los Estados Unidos. «Fue una bendición del destino», dijo.

 

Recuerdo que traía tres trajes en función del color del decorado. Después de comprobar cómo era, eligió uno de color morado. Incluso eligió la espumilla del auricular de la traducción simultánea en función de su traje. Y mandó retirar todas las plantas y ornamentos de aquel plató que representaba mi propio apartamento: «Siempre acaban saliéndome ramas de las orejas o de la cabeza». Acabó la charla, interesante a mi entender, recogió sus cosas y se fue por donde había venido. Eso sí, cinco horas más tarde de lo previsto. Y a todo esto, el bueno del alcalde de Jaén José María de la Torre teniendo que leer mi pregón en el balcón del Ayuntamiento de Jaén. Cosa que espero me haya perdonado.