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Carlos Herrera  
El Semanal, 7 de abril de 2013
La Bullipedia

 

Ferran Adrià es un genio, cosa sabida. Y como buen genio es imprevisible. Y profesionalmente ambicioso. Y aventurero. Un buen día nos sorprendió a todos con el cierre de su restaurante en Rosas, Gerona, convertido por aquel entonces en un claro objetivo de peregrinaje mundial. Nos aclaró que se transformaría en una suerte de taller de investigación y que, al cabo de un par de años, abriría sus puertas como una fundación elBullifoundation en la que se explorarían los límites de la creatividad y tal y tal. Ignoro el mecanismo mediante el cual podremos participar de ello sus seguidores, pero bien empleado estará el tiempo si se dedica, entre otras cosas, a salvaguardar el legado histórico del restaurante y a experimentar todas las revoluciones que caben a la vez en la cabeza de este tipo envidiado y envidiable.

 

Ser líder incontestable en el mundo de un sector en concreto, vengo a decir, te garantiza un número indeterminado de odios gratuitos y envidias insanas. A pesar de su carácter apacible, solidario, amable, a Ferran le ha caído en lo alto el cubo de basura habitual de los propagadores de tiña: que si es un pesetero no lo es, un mantenido por las subvenciones mucho menos aún, un explotador de talentos ajenos me da la risa o un cuentista de creación amanerada. Todo entra dentro de lo previsible. Los creadores inquietos se someten a este tipo de tensiones críticas y mucho habrá de ser el acopio de paciencia cuando sus proyectos se materialicen. Tengo especial impaciencia por asomarme a uno de ellos, a una de las dos partes de la idea general: la Bullipedia, una enciclopedia gastronómica en Internet que vendrá a ser «el hogar digital de todo lo que sabemos acerca del sabor». Es decir: historia del arte culinario occidental, recuperación de documentación histórica, conocimiento científico para desarrollar ideas, terminología, creatividad, organización y gestión de empresas, y más.

 

Cuenta Adrià que en El Bulli trabajaban diariamente ochenta personas para dar de cenar a cincuenta y solamente durante seis meses al año, renovando completamente sus contenidos cada temporada. Cada año se enfrentaban a una pequeña revolución, a un total desafío, ya que cada vez era mayor la exigencia creativa. Competían con ellos mismos, en pocas palabras. Ello ha permitido un acopio de conocimientos que está muy por encima de cualquier I + D. Eso es lo que quiere compartir con la gente, las herramientas con las que trabajar, las ideas no los platos con las que confeccionar lo que quieran. Los profesionales serán quienes podrán aprovechar de veras todo ese conocimiento: no nos engañemos, nosotros los aficionados difícilmente sabremos preparar una esferificación de espárragos verdes, esa cosa tan sabrosa que aparece en la demo que ya circula por la Red. La esferificación es uno de los ejemplos, pero cualquiera de las alquimias de la gente de Adrià estará abierta a la posibilidad de cada uno. La colaboración de chefs, historiadores, químicos, científicos, universidades, talleres especiales hará de Bullipedia, una aventura descomunal.

 

No sé si Adrià finalmente se aburría en El Bulli, a pesar del ingente trabajo diario, pero sí sé que este reto excitante habrá servido para que se entretenga dentro de su insultante inquietud creativa. El capítulo correspondiente a propietario de restaurante de éxito mundial queda cerrado. Ya no es ser el número uno permanente lo que le debe impulsar a levantarse y trabajar cada día, a él, un tipo raro, sencillo, sin hijos y que sigue viviendo en su barrio de siempre. El desafío es muy otro y resulta bárbaro: dejar plasmada una obra monumental que seguirá en marcha cuando no esté Adrià ni estemos los que hemos comido y admirado cualquiera de sus creaciones. El ADN de la cocina se está escribiendo y preparando en Cala Montjoi. Yo voy haciendo ejercicios por la banda por ver si soy capaz de reproducir aunque sea un huevo frito con puntillas