 El llorado e inolvidable Juan Pedro Domecq, criador de reses bravas,  hacedor del toro que hoy conocemos mayoritariamente en las plazas,  explicaba de forma muy didáctica alguno de los misterios del toreo.  Aseguraba que el difícil trabajo del ganadero había consistido  en convertir un animal que arrollaba lo que tenía por delante en otro  que metía la cabeza en una muleta haciendo el avión; es decir, convertir en 'comercial' una bravura desmadejada y primitiva.
El llorado e inolvidable Juan Pedro Domecq, criador de reses bravas,  hacedor del toro que hoy conocemos mayoritariamente en las plazas,  explicaba de forma muy didáctica alguno de los misterios del toreo.  Aseguraba que el difícil trabajo del ganadero había consistido  en convertir un animal que arrollaba lo que tenía por delante en otro  que metía la cabeza en una muleta haciendo el avión; es decir, convertir en 'comercial' una bravura desmadejada y primitiva.
 
Tenía  razón Domecq. Y también la tenía cuando daba por hecho que el toreo  moderno entiéndase de la Guerra hacia acá lo habían cambiado tres  toreros, tres: el primero fue Manolete, que se perfiló, retrasó la  muleta y le dio un empaque trágico a cada faena como si el que toreara  fuese el mismísimo Greco; el segundo, indudablemente, Manuel Benítez El  Cordobés, el cual revoluciona socialmente la Fiesta, cambia  comercialmente el valor de todos los diestros, moviliza la sociedad  española de los años sesenta y maneja la muñeca detalle también  importante como nadie hasta la fecha; el tercero, finalmente, no puede  ser otro que Paco Ojeda, que pisa un terreno inverosímil hasta la fecha,  depura el 'encimismo', se lleva los toros a la cadera y se coloca donde  los demás colocan la muleta.
 
¿Quiere decir eso que no fueron  grandes toreros Ordóñez, Dominguín, Camino o Romero? Ni mucho menos. Los  mentados y alguno más, como el gran Dámaso González otro que podría  estar en esa terna, fueron grandiosas figuras del toreo, pero no lo  cambiaron. Coincidí plenamente con Juan Pedro aquel mediodía en  Palencia poco antes de lidiar un corrida suya en San Antolín: antes de  la Guerra, y con otra cabaña debido a que no había sido aún diezmada por  la contienda, Joselito y Juan Belmonte habían asentado el toreo, pero  después, siendo aún el toro la gran Fiesta de los españoles de todos los  españoles de cualquier parte, Manolete se convierte en el gran drama y la gran referencia de la posguerra.  Su muerte trágica lo hizo invencible, como sabemos, y su hueco tardó  algunos años en ser cubierto. Hubo de llegar un revolucionario de  Córdoba que cambió los órdenes de la Fiesta: el que mandaba era él.  Benítez ganó dinero y se lo hizo ganar a sus compañeros de cartel y  conmocionó a España con su valor y desparpajo; y algo más: empezó de  novillero con la misma edad con la que el gran Manolo González se  retiró. Francisco Ojeda, el sanluqueño inverosímil, fue el que puso el  corazón en un puño a la afición española durante unos pocos años, no  muchos: la máquina no aguanta mucho tiempo toreando en ese sitio. Le  ganó la partida al toro y demostró como lo había hecho a su manera el  grandioso Dámaso que un toro tiene faena incluso cuando se le roba el  terreno.
 
Detrás de él han llegado magníficos toreros que se han inspirado en su valor y novedad: Tomás es hijo de ese toreo, como lo es Castella o lo es Talavante, por decir tres elementos destacados de los carteles de hogaño.  Los tres son singulares, valientes y artistas, pero lo que hacen lo  hizo antes Ojeda entre el 82 y el 85, creando una forma de ligar los  pases que aún nos sigue motivando a sus seguidores una suerte de  alucinación. A Ojeda le ha sido concedido el Premio Nacional de  Tauromaquia, de reciente creación, al igual que al Caballero Rejoneador  Don Ángel Peralta le han distinguido con la Medalla de las Bellas Artes,  cosa justa por sus muchos años en lo alto de un caballo citando al toro  para un baile deslumbrante y por haber creado una de las más justas y  bellas expresiones acerca de lo que el toreo es: «Torear es engañar al  toro sin mentir». Cuando supe del premio a Ojeda me acordé de mi querido  amigo Juan Pedro, al que vinieron desde la Administración a darle  plenamente la razón.
 
Hoy, Domingo de Resurrección, Sevilla reabre sus puertas al Toro, a la Fiesta. La Maestranza se dispone, de nuevo, al asombro.  No está Ojeda, pero otros dedicarán su tiempo a tratar de pasar a la  historia como alguien que cambió esto. Falta hace, por cierto. Que Dios  reparta suerte