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Carlos Herrera  
El Semanal, 21 de marzo de 2004
De excursión por la infamia

Lo mejor que se cuenta del cura Xirinacs, un sandio que llegó a ser sacerdote hace muchos años, hace referencia a la visita que no llegó a hacer al presidente Tarradellas en aquellos primeros días de la repuesta Generalitat catalana. Al comprobar el correctísimo Tarradellas que Xirinacs venía vestido de Xirinacs, es decir, de excursionista sucio recién levantado de su tienda de campaña, se dirigió a él y, sin dejarle articular palabra, le dejó a los pies del ascensor no sin antes desearle buen ascenso a Montserrat y de rogarle que no dejara de llamarle a su vuelta, agradeciéndole que, a pesar de estar a punto de salir de acampada, se hubiera tomado la molestia de acercarse a suspender la audiencia personalmente e instándole a aprovechar las beldades campestres de la Cataluña rural. Tarradellas le daba una reverencial importancia al aspecto formal de los sujetos que se sometían a la relevancia pública y acostumbraba a tener la peor opinión de aquellos que no concedían respeto indumentario a las instituciones. Eran otros tiempos, claro, otros gustos, otras costumbres. Hoy, Maragall está encantado con que su nuevo Consejero Jefe sea un descorbatado enemigo de de las formalidades; Tarradellas no lo hubiese consentido, por supuesto, y, con suerte, hubiera enviado a Baragalló a vender vinos en un celler; sin embargo, el nuevo visir de Pascual I personifica ese aire políticamente correcto del catalán despreocupado por el aburguesamiento del aspecto y entregado al aire diferente de la posmodernidad. Pero volviendo al mosén, el desarreglo y desaliño de Xirinacs, con ser nauseabundo y maloliente, no es lo peor. La gravedad nada hilarante del asunto se encuentra en la injuria indecente que ha espetado un par de semanas atrás. El sujeto que en su día, años ha, se plantó frente a la cárcel Modelo de la calle Entenza de Barcelona para protestar por los presos ya no me acuerdo si “políticos” o “comunes” o qué --después de haber hecho como que hacía huelga de hambre por los derechos civiles y las libertades--,  va y suelta que él “sigue siendo amigo de ETA” (sic) y que ésta “actúa siempre con nobleza”, ya que no tortura, simplemente mata a sus enemigos porque está inmersa en “una guerra justificada por la opresión”. Indudablemente, antes o después semejante animal deberá responder ante la justicia por este insulto terrorista con el que dispara la peor de las municiones sobre las víctimas del terrorismo nacionalista; de hecho, estas declaraciones se enmarcan en su negativa a acudir a los juzgados de la Audiencia Nacional a responder por sus delitos de apología del terrorismo y no son sino un subrayado de lo que ya afirmó en su día. Que un imbécil de este tamaño, amigo de los asesinos y colaborador moral de los mismos, haya llegado a vestir sotana tampoco es razón como para que ahora se quiera dejar de colaborar con la Iglesia en la declaración de la renta, pero sí da que pensar acerca de lo que llegó a entrar en los seminarios a lo largo de unos años determinados. De eso los vascos también saben mucho, ya que alguno de los más melífluos repartidores de amor entre verdugos y víctimas hasta llegó a ser obispo. El sitio de Xirinacs no es indudablemente el púlpito, que jamás llegó a pisar, ni el apostolado cristiano, que siempre se lo pasó por esa axila suya tan poco aireada; el sitio de alguien que dice que el que mata es su amigo y que los asesinos de los niños del cuartel de Vic actuaron con nobleza, es, sencilla y llanamente, la cárcel. Así que espero que, definitivamente, la fiscalía actúe en consecuencia y los jueces hagan de él lo que merece alguien capaz de albergar tantos infiernos en las palabras y las intenciones. Ya conoció la prisión cuando se sentaba extramuros en los años setenta: ahora le toca conocerla por dentro, en compañía de sus grandes amigos.