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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 7 de marzo de 2004
Mariam, siempre nos quedará tu ejemplo

Once años de travesía por el dolor han desembocado, fatalmente, en la temprana meta de la muerte.

Queda por saber si el afán de vida de Mariam ha sido el que ha mantenido esta prórroga larga e incansable en la que la lucha diaria ha conformado el menú de mañana, tarde y noche.

Tenía sólo veintinueve años cuando sintió el primer mordisco del murciélago infatigable del cáncer. Sólo veintinueve años; lo cual, además de minarte físicamente, te desorienta psicológicamente, ya que hace preguntar por la razón elemental de la fortuna: la enfermedad acaece a años más tardíos, y sólo en casos excepcionales se muestra antes de los treinta años. ¿Por qué, entonces, ser uno el elegido?


Mariam mostró desde el primer momento la voluntad de vivir que tienen los luchadores, los que no se resignan a ser vencidos fácilmente

Mariam mostró desde el primer momento la voluntad de vivir que tienen los luchadores, los que no se resignan a ser vencidos fácilmente, e hizo muestra pública de ello; aún más: a sabiendas de que el tratamiento debía recibirlo de inmediato, ella optó por suspenderlo y así facilitar su embarazo, arriesgando su propia vida por la del hijo que esperaba.

Fue, ciertamente, admirable. Demostró tesón, integridad y confianza en la vida. A partir de ahí, la lucha era minuto a minuto, a cara de perro, de tú a tú. En no pocos asaltos pareció que la victoria iba a ser suya, pero a la postre pudo el mal.

Con sólo cuarenta y un años nos deja una mujer que ha dado un ejemplo de valentía y de coraje muy a tener en cuenta en los tiempos de mudanza y acomodo.
Al final, al cáncer, cuyo nombre no quería pronunciar pero ya he pronunciado, se le ganará no sólo con el avance de la genética, la medicina o la cirugía: habrá que añadirle el empuje personal de los enfermos como Mariam.

Nos acordaremos del presidente Suárez, que vio morir no hará mucho a su compañera de camino y que ve cómo la vida le depara el más lacerante de los dolores.

Inevitablemente, esta semana nos acordaremos de los suyos. Sus hijos, sus hermanos y su padre.

Nos acordaremos del presidente Suárez, que vio morir no hará mucho a su compañera de camino y que ve cómo la vida le depara el más lacerante e incomprensible de los dolores: estamos preparados para ver morir a nuestros padres, pero no estamos preparados para ver morir a nuestros hijos.

Cuando eso ocurre, algo nos dice dentro que debiera haber sido al revés. Sólo por ese dolor, que se cuelga del cuello para el resto de la vida, le enviamos desde las páginas de DIEZ MINUTOS un sentido y sincero abrazo a toda la familia de Mariam, a la par que tomamos su ejemplo para todos aquellos que flaquean antes o después en la lucha por la vida.