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Carlos Herrera  
ABC, 8 de marzo de 2013
Ocho mil Marinaledas

Andalucía debe de haber encontrado petróleo en algún rincón no comunicado por la Junta a sus ciudadanos

RECUERDO una mañana en la que Antonio Romero, diputado de IU, ese partido político que no paga a la Seguridad Social las cotizaciones de sus trabajadores, me confesaba abiertamente que su deseo era que Andalucía se pareciera cada día más a Cuba. No lo dijo al revés, que es posiblemente lo que más le convendría a los cubanos, sino en la secuencia dicha. Qué triste destino para esta Andalucía tristemente gobernada por la izquierda, pero gobernada al menos con elementales criterios homologables a los del mundo libre, pensé. Ahora, con motivo del deceso de Hugo Chávez y motivados por el sentimentalismo internacionalista que causa la muerte de cualquier comandante, el portavoz de IU en el Parlamento andaluz, José Antonio Castro, ha manifestado que le gustaría implantar en esta comunidad el socialismo del siglo XXI y todas las medidas adoptadas por el régimen bolivariano.

El paleocomunismo jamás reconocerá ninguno de sus errores ni aprenderá de ninguno de sus fracasos, lo sabemos, pero cuando menos debería exhibir un cierto pudor intelectual en la era de la información y el conocimiento, cuando casi todo se sabe y se relaciona. El tal Castro añora o desea un panorama andaluz con una inflación cercana al 30%, con un déficit público superior al 8%, aún más endeudada de lo que está, sin la mínima economía productiva que aún queda en la región, con infraestructuras destrozadas, servicios públicos raquíticos, seguridad jurídica inexistente y con una delincuencia que aterrorice a sus ciudadanos y que no les deje salir de casa tranquilos, con millares de asesinatos, secuestros y robos. Ese es el panorama de la Venezuela gobernada por el chavismo, el cual goza, por cierto, del pequeño detalle de recoger cada día dos millones y medio de barriles de petróleo (a 100 dólares pieza).

El sueño del comunismo es Marinaleda, un oasis improductivo y sectario en el que vivir del dinero de los demás: la pretensión de este Castro y de todos los Castros que se apuntan al cuento insufrible de la dialéctica revolucionaria es gozar de mil Marinaledas y encontrar quién las pague. Andalucía debe de haber encontrado petróleo en algún rincón no comunicado por la Junta a sus ciudadanos: gracias a eso, a los beneficios que, en el caso de gestionar bien los recursos, devengan a nuestra cuenta corriente, podremos permitirnos el lujo de las ocho mil Marinaledas en las que los Castros, los Valderas, los Centellas y demás iletrados ignorantes puedan acudir vestidos de Madelman a dar vivas al nuevo socialismo igualitario. Venezuela, por cierto, tampoco es capaz de refinar su propio petróleo, con lo que le compra la gasolina a las refinerías brasileñas: aquí solucionaríamos el problema, a decir de Castro, «haciendo que el Estado intervenga en la economía y poniendo los sectores estratégicos en manos del sector público», es decir en las suyas, y con esa garantía hacer de Andalucía un cometa imparable hacia el futuro. Una Andalucía en la que se persiga a los no afines, socia y compañera de viaje de Irán o Siria, y refugio de etarras en donde los asesinos de ETA puedan abrir restaurantes para amiguetes. Una Andalucía en la que los Castros y demás comisarios puedan ir por la calle señalando aquellos lugares que les interesen para el «bien común» y puedan decir la frase mágica: «¡Exprópiese!».

Es la Andalucía que sueña un partido que forma parte del gobierno de la comunidad autónoma, una tierra en la que casi ya no queda nadie a quien arruinar. No es el sueño de unos majaretas que fuman porros en la plaza del pueblo al atardecer: es el sueño del que manda, del que gobierna. Seguramente el Parque Temático Comunista tendrá que esperar, pero visto lo visto sería de desear que se marchasen ellos a Venezuela en lugar de traer la revolución bolivariana hasta aquí.