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Carlos Herrera  
El Semanal, 3 de marzo de 2013
Yoko: la bruja cumple ochenta años

 

Ignoro si Yoko Ono se ha sentido cómoda en el papel de Gran Bruja del Rock que se le asignó al poco de conocer a John Lennon en una galería de arte que mostraba una de sus performances de arte conceptual. Cómoda o incómoda, ha tenido que cargar con esa suerte hasta cumplir recientemente los ochenta años, ochenta, que celebrará en un concierto en Berlín con la Plastic Ono Band, su hijo Sean incluido. De no haberse casado con John en Gibraltar, hoy Yoko sería una artista de referencia aún mayor que la que atesora: no se trataba de una arribista, de una groupie pegada al cantante de moda, sino de una creadora polémica y desconcertante en constante crecimiento. Sus obras y sus discos podían gustar más o menos más bien menos, no es artista fácil, pero cargó con la eterna etiqueta de ser la causante de la separación de la más grande de las bandas de la historia, y contra la ira de los millones de seguidores de los Beatles es difícil luchar. Recientemente Paul la exoneró de ser la responsable de la desbandada del grupo, cosa que ella agradece, pero nadie le quita las décadas pasadas desde 1970 de escupitajo en escupitajo.

 

Yoko Ono caía mal. A ello podía colaborar un cierto apego por lo siniestro y ese aspecto suyo de japonesa no agraciada sumergida bajo un saco de pelo descomunal. No era la novia ideal que se le suponía a un ídolo del rock. Su presencia callada junto a aquel chico raro de gafas redondas en cada una de las grabaciones de la banda la promovió a ser considerada como la artista famosa más desconocida del mundo o como el dragón que vino de Oriente a lavarle el cerebro a John Lennon. Aunque no ayudó a pacificar la relación, lo cierto es que Yoko no hizo más que ser testigo de la creciente y escandalosa desafección de dos hombres muy distintos, Paul y John, capaces desde sus diferencias, curiosamente, de escribir las más bellas canciones de varias décadas. Lennon acertó junto con McCartney, pero por diferentes razones en disolver un grupo que, quizá, habría ido languideciendo poco a poco minado por el hastío y por la electricidad estática que generaba la relación entre los cuatro. A la par que ello, y también tras ello, no lo olvidemos, la inspiración que le brindó Yoko le permitió a John componer piezas sublimes en forma de canción, como pueden ser The ballad of John and Yoko, Woman, Starting over o aquel gran himno generacional que fue Imagine. No toda la influencia de la japonesa fue perniciosa para los seguidores de Lennon.

 

Últimamente, a decir de quienes siguen sus peripecias, dedica parte de su tiempo a combatir el fracking ('fractura hidráulica'), técnica con la que perforar el subsuelo en busca de gas o petróleo, y a apoyar a un tipo dudoso como Julian Assange, el fundador de Wikileaks. Pero también a seguir con su inquieta producción artística, sea el rock alternativo con los Sonic Youth, o las representaciones de su Arte Difícil (difícil de que te guste, sobre todo). Y a continuar con una labor filantrópica indiscutible para recuperar a adictos a la heroína. Más de treinta años después del asesinato de John a manos de un chalado a las puertas de su casa, Yoko confiesa seguir amando hasta el agotamiento al áspero creador de tanto dulzor musical. Sigue siendo, por ejemplo, el gran obstáculo para que el asesino de su marido recupere la libertad tres décadas largas después: dice que eso sería como matar a John de nuevo (será muy progre, ¡pero que poco lo parece!).

 

Si quieren conocer mejor alguno de los pasajes de sus años claves, lean la entrevista que David Sheff realizó a ambos para la revista Playboy poco antes del asesinato de Chapman. Está en la Red y es un libro abierto sobre una tormentosa que no atormentada historia de amor y una crónica sobre la muerte y el desapego de una banda de músicos que cambió el mundo.

 

Mediática con razón, esta imprevisible artista cumple ochenta tacos. Merece una consideración. Feliz cumpleaños, bruja.