La ciudadanía tiene la sensación de que le están robando en sus narices, lo cual puede ser cierto
MUY mal rollo. La clase política se enfrenta a un desafío creciente y difícil: capear la creencia generalizada de que la corrupción alcanza hasta los últimos rincones del patio común. La España política cuenta con el concurso de miles de hombres y de mujeres que ejercen la profesión política, la mayor parte de ellos con remuneración. Del total, la inmensa mayoría trabaja digna y esforzadamente por el bienestar de sus conciudadanos; lo hace con mayor o menor acierto y con mejor o peor disposición, pero lo hace sabiendo que la recompensa es a muy largo plazo y no siempre acontece. Es evidente que nadie acude a la carrera política forzado por una pareja de la Guardia Civil, y que el poder, por pequeño que sea, adopta forma de sirena libidinosa que a muchos obnubila. Cierto es que en el desarrollo de labores políticas hay no pocos inútiles que en la vida civil apenas desempeñarían trabajos rudimentarios y que si han llegado a un cargo es merced a haber crecido en el ámbito de un partido político y a haber realizado el correspondiente meritoriaje, sin embargo también lo es que notables profesionales con proyección indudable abandonan sus quehaceres para dedicar una etapa de su vida al servicio público renunciando a retribuciones más jugosas. De estos segundos los más desconfiados afirman que si dejan bufetes, despachos y parquets por algo será, y que alguna esperanza de trincar albergará su entendimiento, lo cual es el colmo de la desconfianza, pero es lo que hay. Es más, también se desconfía del que llega no teniendo nada: algo estará buscando.
La noticia que conocimos ayer según la cual el ex tesorero del PP Luis Bárcenas poseía una cuenta de 22 millones de euros en Suiza no ayuda, precisamente, a aplacar los ánimos. Al parecer, el también ex senador popular retiró la cuenta y dispersó esos millones -suyos en totalidad o en parte- al saberse investigado por los tejemanejes de Gurtel, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿cómo es posible que el tesorero de un partido político disponga de una cuenta en Suiza por valor de veintidós millones de euros? A esa pregunta se suceden otras que son, en sí mismas, absolutas sospechas: para qué, de qué, con quién... Este mazazo cae sobre los hombros del PP como una plasta humeante, maloliente y marrón, la cual obligará a los muchachos de Génova a dar algunas explicaciones, y al mismísimo Luis Bárcenas a justificar lo muy difícilmente justificable, ya que un político puede ser rico, haber hecho negocios -siempre pasando por el fisco-, incluso tener cuentas en Suiza -siempre que sean en dinero A y con conocimiento del Banco de España-, y puede mantener una empresa que vaya trabajando legítimamente si no coincide con los asuntos públicos que maneja en sus cargos de responsabilidad, pero no puede decir que va a Suiza porque le gusta el esquí alpino y demostrarse que es titular de una abultada cuenta que aparece y desaparece en virtud de sus vicisitudes con la justicia. Explicaciones dará y veremos si convence a alguien, pero antes se habrá llevado por delante a más de uno y habrá puesto en serias dificultades a algunos -o alguna- que afirmó que si se demostrase que un miembro ejecutivo del PP tenía cuentas en Suiza debería dimitir inmediatamente.
Esta gota añade caudal al río de indignación de la ciudadanía que tiene la sensación de que le están robando en sus narices, lo cual puede ser cierto. Y que cree que le roba todo el mundo, lo cual es falso. De ello al linchamiento a las instituciones y a los políticos sólo hay un paso que muchos estás dispuestos a dar, sin diferenciar la paja y el grano, desafortunadamente. Los partidos tienen la obligación de ser inflexibles con los elementos corruptos. De lo contrario el mal rollo se va a convertir en algaradas dramáticas.