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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 23 de diciembre de 2003
Tiempos difíciles para Isabel Pantoja

No son tiempos fáciles para Isabel Pantoja. Puede que no lo hayan sido casi nunca y que lo que viene ocurriendo en estos últimos meses no pase de ser la reedición de una vida personal y profesional, vamos a decirlo así, poco sencilla.

Cuando acababa de presentar su disco navideño y su libro de cocina con su enamorado de la mano y podía tener razones para retirarse tranquila a sus cuarteles de invierno, va la maquinaria procesal y le ruega que comparezca ante los jueces para responder a unas preguntas que envían desde Perú sobre la adopción de su hija: que si pagó, que si no pagó, que si se la concedieron por procedimiento de urgencia, que si no fue así, todo ese fárrago no precisamente agradable.

Digamos que nada que objetar a que la justicia de un país investigue lo que tenga a bien investigar, y más si ese país es el castigado Perú de los políticos corruptos.

 Estamos colocando en el disparadero de la atención a una niña que no tiene duda de quién es su madre y que vive felizmente

Pero añadamos que no estamos hablando de componentes de electrónica o de fardos de tela, sino de seres humanos en edad delicada y que, por lo tanto, toda prudencia será poca.

No creo que Isabel cometiera irregularidad alguna: en determinados países y regímenes las tramitaciones son tan elásticas como quiera el capricho de un funcionario y la forma de acelerar su voluntad es la que es.

Pero debe quedar claro que si alguien se ha conducido con conducta indebida ésa no tiene por qué ser Isabel: ella pagó sus honorarios profesionales a un abogado y obtuvo, en su momento, una niña en adopción. Que investiguen también al abogado.

Por demás: estamos colocando en el disparadero de la atención pública a una niña que no tiene duda de quién es su madre y que vive felizmente en una casa, una familia y un entorno adecuado.

Supongo que su madre se preguntará cuál es la razón de este ensañamiento en torno a su persona, tan excesivo

Habría que ser algo más delicado que muchos compañeros de profesión a los que sólo les falta ponerle el micrófono a Chabelita para ver qué piensa. Informar, evidentemente, es sagrado, pero no es aconsejable ensañarse con quien no puede defenderse.

Sería interesante saber cómo afecta este asunto a una chiquilla que tendrá amiguitos enterados de pe a pa de todo lo que cuentan –e inventan– los medios de comunicación y que ejercitarán la crueldad infantil en forma de pregunta o de frasecita.

Supongo que su madre estará vigilante e intentará que esto no le llegue, pero no será fácil. Y supongo, también, que se preguntará cuál es la razón de este ensañamiento informativo en torno a su persona, tan excesivo, tan aparentemente inevitable...