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Carlos Herrera  
Diez Minutos, 30 de enero de 2004
Beckaham en la historia

Por si alguien dudaba de la trascendencia social de David Beckham, ahí está la encuesta que le encumbra como el ídolo histórico de no pocos jóvenes europeos. Como lo leen: de todos los personajes que han poblado la historia y que han supuesto un punto y aparte en los libros de texto, es decir, de Ricardo Corazón de León a Wiston Churchill, de Shakespeare a TS Elliot, los británicos en primer lugar y otros europeos después, han decidido que el más grande es Beckham. Más que Colón, más que Fleming, más que Lutero. Algún malvado arguye que, habida cuenta los sistemas educativos de hoy en día, lo más probable es que ninguno de los jóvenes encuestados tenga ni puñetera idea de quienes son los antedichos –en España, la LOGSE ya se ha encargado de ello--, y que, víctimas de esa falta de trascendencia histórica, es normal que eleven a un futbolista al rango de ídolo fundamental. Ello brinda una idea de los tiempos que corren, ya que, puestos a aventurar, se me antoja difícil que los de mi generación diésemos tal trascendencia a Cruyff o a Pelé por delante de los pesos pesados que ilustraron nuestras enseñanzas. Tampoco hay que ir muy lejos para ver ejemplos parecidos al del británico: en la siempre querida Argentina, la idolatría por Maradona ha llevado a unos idiotas a la creación de una iglesia maradoniana y a otra suerte de devociones públicas inexplicables –considerando especialmente las características indeseables de un personaje de tan escaso entendimiento--. Florentino, el jefe de los blancos, ya anunció el día del fichaje de Beckham por el Madrid que acababa de llegar “el gran símbolo de la posmodernidad”. Probablemente no sabía muy bien qué quería decir eso de la posmodernidad, que en sí es un poco antiguo ya, pero acertó en el diagnóstico general: llegaba un icono a imitar, ascendido a los altares del culto más superficial y llamado a ser héroe civil de la juventud. Las evidencias posteriores han hecho verdad estas consideraciones: los muchachos quieren vestir como él –deberían mejor querer jugar como él--  y las muchachas no dejan de fijarse y de envidiar a la exquisita joven a la que tanto gusta fotografiarle las emociones a su marido después de palpárselas (las fotografías adolescentes de Victoria que hoy publica DIEZ MINUTIOS no tienen desperdicio). Nunca, pues, algo tan apasionante, aunque tan intrascendente, como jugar al fútbol supuso tanta repercusión histórica. Así está la historia, claro.