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Carlos Herrera  
ABC, 15 de junio de 2012
Europa o el caos

 

Hay países que entienden injusto pagar con su dinero las alegrías de administraciones irresponsables

 

EUROPA era esto, al menos tal y como fue formulada, mas allá de las buenas intenciones de sus arquitectos. Y la deriva ha llevado a la diatriba final: Europa o el caos; los clásicos dirán el caos, y los mas nostálgicos rematarán con aquel «da igual, también somos nosotros». La Unión Europea es una casa sin rematar, con el cemento aún por fraguar, con mezcla mal calculada y con pilares en actitud dubitativa, con lo nervioso que pone eso a un comprador. La operación necesaria para convertirla en un hogar competitivo es laboriosa y burocrática, pero precisa en primera instancia de una decisión clara y determinante, es decir, de una decisión política. Si el comprador recibe garantías por escrito de que el propietario va a hacerse cargo de las obras pertinentes para dejarla en orden, entonces firmará y soltará la pasta. Si lo que hay son solo buenas palabras y mucha promesa sin concretar, se largará con el dinero a otra parte. Él y todos los demás.

 

¿Qué parece, por lo tanto, imprescindible para que la crisis de la deuda deje de atenazar agobiantemente a países como España? Que la Unión sea algo más que una federación de intereses diversos intensificando mecanismos comunes de gobierno, como el fiscal, mas allá de las cesiones de soberanía que supongan para sus miembros. Tales tareas no se desempeñan de la noche a la mañana, como podemos imaginar la gente que en alguna ocasión hemos debido de cambiar alguna coma administrativa de cualquier papel mediante el cual nos relacionemos con el Estado. Pero la voluntad política sí que se evidencia con celeridad: en una Cumbre de las muchas que convocan a los jefes de Estado y de Gobierno -y no en simples ruedas de prensa- se puede explícitar el mandato. Lo demás ya es obra de los burócratas, que los hay a miles. A partir de ahí, el escenario puede cambiar.

 

¿Y en qué puede cambiar? En que la Unión monetaria de un paso más, el de la fiscalidad común que lleve a que no sea cada país el que cobre los impuestos por su cuenta, sino la Unión en su conjunto. Hay países más serios que otros, que se ajustan más a la austeridad que los demás, y que entienden injusto pagar con su dinero las alegrías de administraciones irresponsables, esas que dicen «no importa, si nos quedamos secos ya vendrán a rescatarnos». La autoridad delegada -con entrega de soberanía- solucionaría en parte este vericueto, pero crearía otros a los que hay que buscarles solución: la UE cobra, pero sin mancharse, la responsabilidad política me la siguen cargando a mí, gobierno de país miembro, con lo que no sé yo si me conviene mucho. Por demás, el trabajo didáctico para hacer de la UE algo asumido e incardinado en los sentimientos de sus ciudadanos no ha hecho más que empezar.

 

Sea como fuere, hay pocas alternativas a la descrita. O más Europa o se rompe el merengue mediante el delicado mecanismo de colocarle el cenicero de cerámica encima.

 

Esa Europa más solida podría evitar la irracional crisis de deuda a la que se ve sometida una Nación como España, cuya solvencia y cuyas reformas estructurales merecen otro trato. Ni siquiera el crédito-rescate de la banca, que es una buena operación sobre el papel, ha calmado las inquietudes de los inversores ni las ansias de los especuladores. Ni siquiera saber que el dinero aquí es para el FROB, mientras que en países rescatados es para pagar las nominas, hace que las cosas se desenvuelvan razonablemente. Ante este escenario, no cabe más alternativa que se reúnan los vecinos de la comunidad y le den al Administrador la orden de completar la obra de la finca.