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Carlos Herrera  
El Semanal, 20 de mayo de 2012
El Rocío, en verdad

El RocíoDe acuerdo en que hay veces en las que la aldea de El Rocío puede parecer un parque temático. De acuerdo en que determinados tipismos llevados al exceso hacen desconfiar de la autenticidad del fenómeno. De acuerdo en que hay derroches ofensivos por parte de unos pocos. De acuerdo en que la manifestación afectiva entre iguales puede parecer una idealización desmesurada de las relaciones humanas. De acuerdo en muchas cosas de las que se dice de la peregrinación rociera, pero un solo argumento acaba con todas las sospechas de impostación: lo que pasa allí pasa de verdad, pasa ante nuestros ojos, no es ningún invento ni experimento social motivado desde ningún poder, es tan cierto como la incredulidad de algunos y, por encima de todo, lleva pasando muchos más años de los que tienen sus objetores.

El Rocío y todo lo que conlleva es una iniciativa espontánea y feliz de gente de todos los estratos, los que llevan la carriola tirada por un tronco de cigalas -cada vez menos- y los que van a pie y beben si se los invita. Se acercan a una aldea onubense y pasan dos o tres días de regocijo agrupados en diversos habitáculos y con diversas intendencias. Y lo hacen -los rocieros- sin hacer daño aparentemente a nadie. Y, por demás, lo hacen llamados por una devoción, independientemente del comportamiento privado que muestren en sus vidas. A decir de aquellos que consideran un desatino peregrinar de diversas formas para postrarse ante una imagen y hacerlo entre vino y guitarras, los que invocan a la Virgen deberían ser unos cartujos sufrientes y silenciosos, austeros y dolientes, e invocadores de rezos apenas murmurados en la oscuridad. No lo son y en ello tiene mucho que ver el carácter meridional y la tradición con la que los moradores de estas tierras veneran a sus advocaciones más próximas. Quien no lo quiera entender no lo va a hacer y parece esfuerzo estéril empeñarse en ello. Y desengáñense los que argumentan que solo es una juerga típica a medio camino entre la excursión y las barbacoas, como si en ello, por otra parte, hubiera algo malo: de no existir la que está en la ermita de la aldea, la Virgen del Rocío, la tradición no habría perdurado cientos de años. Precisamente por estar Ella, los rocieros se sienten convocados. Eso sí, sin tener que llorar más que por las emociones libres que a cada uno le suscite la romería. ¡Cuánto siento que no sea una manifestación estrictamente laica!

Dicho lo que antecede, produce sonrojo el tratamiento mediático que recibe un fenómeno como el presente. La peregrinación no son cinco excelencias vestidas del tipismo regional, ni cuatro caballistas impostados con vaso de manzanilla en la mano, ni tres luminarias famosas por exhibir sin recato ni pudor su vida privada exagerando un trance místico, ni esos reportajes supuestamente impactantes con cámara oculta en la que sorprenden a un par de borrachos pendencieros dando un espectáculo. La romería es una colección de vivencias inigualables en las que la hospitalidad, la generosidad, el agrado y las ganas de gozar de tres o cuatro días irrepetibles mandan por encima de todo. La romería es una colección de postales únicas por los campos de Andalucía. La romería es, para la mayoría que lo considere pertinente, una manifestación de religiosidad popular demoledora, aunque algún obispo no lo entienda y quisiera inmiscuirse en lo que no debe. La romería es una notable demostración organizativa de unas hermandades las cuales realizan, por otra parte, una labor asistencial y benéfica monumental fuera de toda duda. La romería es, en suma, una manifestación en libertad de miles de personas que encuentran, a lo largo de unos días, consuelo espiritual para sus cuitas y distracción festiva para sus problemas. Y que da trabajo a boyeros, caballistas, modistas, camareros, cocineras y artesanos de diversa jaez.

Es excesivamente simple y ramplón reducir un complejo entramado de sensaciones a un mero ejercicio de idolatría y polidipsia. Y es injusto fotografiar la movilización de una heterogénea pluralidad de personas, más selectas, más sencillas, con la sola imagen del amaneramiento de un puñado de notables en trance folclorista.

 

El Rocío es tan de verdad como aquellos que lo viven. Lo impostado es el resumen barato que algunos quieren publicar.