artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 9 de marzo de 2012
Lady Laura

Lady LauraLADY Laura tiene mirada inquietante y un fondo de ojos turbador. Y quien diga lo contrario miente como un cochino. Y demuestra ser tan resolutiva como inquieta. No seré yo quien niegue sus méritos: de qué manera si no se puede llegar a ser directora financiera de una empresa (Bogaris) con apenas veintiséis años y directora general de otra (Invercaria) a la caída de los veintinueve. Lady Laura Gómiz es una síntesis de nuestro tiempo: aquello que hay que hacer debe ser hecho sin detenerse en miramientos procedimentales de esos que engorronan la efectividad y retrasan el alcance de los objetivos. El dinero público será de quien sea, pero para que su trámite sea exitoso y alcance el fin feliz de hacer el bien a la mayoría (de los andaluces) debe sortear con finura los trámites farragosos a los que se somete su proceso. El éxito de Lady Laura está en tener capacidad de inventar («Lady Laura, abrázame fuerte, Lady Laura, y cuéntame un cuento, Lady Laura») y en mostrar una agilísima cintura para esquivar al cancerbero interventor que todo lo enlentece.
 

Es el último regalo que los socialistas han hecho a Andalucía, sin duda alguna guiados por la buena voluntad. Quienes deben de, por sí mismos, controlar sus actos, son los mismos que se engañan al objeto de alcanzar los objetivos del éxito. Invercaria es un instrumento del que dispone el poder público para empujar hacia la operatividad a determinados proyectos empresariales de interés colectivo, pero, a su vez, es un juguete apetitoso para engrasar la maquinaria más cercana, la más propicia, la más necesitada. Al frente de la misma sólo puede haber quien entienda de entrada que la causa no es otra que hacer el bien a los que se encuentran en el círculo íntimo, sin descuidar, efectivamente, a un vago colectivo general. No todo lo que ha hecho Invercaria ha sido irregular ni malo ni improductivo, de la misma manera que no todos los ERE en Andalucía han sido fraudulentos ni alimentados por el fondo de reptiles objeto de investigación judicial: basta, no obstante, que un puñado de ellos sean sujetos de sospecha fundada como para que los administrados tengan la legítima sensación de que les están birlando el derecho a ser gobernados con justicia, probidad y decencia. Y para ello debe haber en puestos claves gente con pocos escrúpulos y de sobrada capacidad para la audacia («si no eres capaz de inventar, tú no me sirves»), como Lady Laura. La letra de la canción grabada por un magnetofón intrépido dice a las claras aquello de lo que es capaz un régimen cimentado en la sensación continuada de impunidad, esa que brinda estar años y años en el poyete de las cosas merced al favor del público, a los votos cariñosos de los ciudadanos o a los afectos cautivos de la mayoría. Puede que las cintas de Lady Laura sean un recortado resumen de sus mejores momentos, pero nadie puede negar que dice lo que dice y que afirma que si hubiera de ceñirse a la ética no estaría prestando sus servicios en puesto tan señalado y concreto. Mal asunto. Es cierto que en el relajo de la cotidianeidad se dicen cosas que el papel oficial soporta mal y que todos podríamos ser objeto de un juicio severo si se revelaran las letras de nuestras canciones, pero la desfachatez que desprenden las palabras pronunciadas en sesiones de trabajo como las que recoge el micrófono traidorzuelo, brindan un aroma siciliano (con la mano) de desparpajo y malversación que hunde, como poco, en un cierto desánimo. Urgentemente procede encontrar quien le cante a Lady Laura su canción («Tengo a veces deseos de ser nuevamente un chiquillo, Lady Laura; abrázame fuerte y llévame a casa, Lady Laura»). Un beso otra vez, Lady Laura.