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Carlos Herrera  
ABC, 2 de marzo de 2012
Una portada neoyorkina


LA portada del New York Times reproduce la fotografía de un empleado de sucursal bancaria haciendo frente con algo parecido a un palo a un facineroso encapuchado en actitud de asalto acompañado por la chusma correspondiente. No es una fotografía griega. Tampoco siria. Ni siquiera de la Argentina revuelta del tiempo del corralito. Es una fotografía española, barcelonesa, de apenas hace unas veinticuatro horas. Portada del NYT. Un trabajador de una cierta edad se enfrenta a unos jóvenes alborotadores que han reventado los cristales del local y que amenazan con vaya usted a saber. Eso ha pasado en España, aquí mismo, en una supuesta manifestación contra los recortes presupuestarios en materia educativa en la que, además de estudiantes presuntamente preocupados por el futuro de la enseñanza pública, se ha dado cita basura de todo tipo, agentes alborotadores de la peor calaña e individuos de ese ente tan indefinible que viene a llamarse «antisistema». Vándalos y saboteadores de fenotipo vario se entremezclan entre los manifestantes voceadores y se dedican a reventar por igual escaparates de El Corte Inglés o del Banco Popular, teniendo por cierto que ni El Corte Inglés ni el Banco Popular jamás les han hecho nada, les han boicoteado ninguna oportunidad laboral, les han cercenado expectativa alguna ni han perjudicado a ningún elemento de su entorno. No pocos interlocutores sociales y políticos prefieren ponerse de perfil y quitarle importancia a algo que consideran «pecados de juventud» dando por cierto que se trata de una minoría a la que no hay que concederle más importancia de la debida. Si acaso, se trataría de esa cuota inevitable de cafres a la que toda sociedad moderna debe resignarse como un mal menor e inevitable. Sin embargo, tales supuestos insignificantes profesionales del comportamiento maleante sirven de argumento para publicitar el estado de las cosas de un viejo país del sur de Europa en el que las cosas, a tenor de lo que se ve,están a punto de revuelta social.


De ser yo aquél que confecciona las portadas de un periódico considerado una biblia de los progres europeos escrita en inglés norteamericano, probablemente hubiera reproducido la fotografía. Es real y ha sucedido ciertamente. Otra cosa es la realidad vista desde aquí: que un diario trascendente en el mundo reproduzca una viñeta como la del empleado que defiende su sucursal ante el ataque de tipos que manejan piedras más blandas que su propia cabeza es un misil directo a la credibilidad de un país cuya situación no responde a la de la foto. Puede parecer Grecia, pero no lo es. España tiene un gobierno consciente de la ruina a la que han abocado al país gobernantes irresponsables y manirrotos contra los que escasamente se manifestaban profesionales de la algarada como los encapuchados y otras mierdas. Ese gobierno tiene que convencer a la Comisión Europea de que toda flexibilidad es poca en los objetivos de déficit (el famoso 4,4 por ciento) y de que la ciudadanía es consciente del desafío presupuestario que queda por delante. La estabilidad social, aunque pueda no parecerlo, es un argumento esencial cara a conseguir el respiro imprescindible para relanzar la economía, crear puestos de trabajo y levantar el tostadón de mugre que se cierne sobre las expectativas españolas. Una foto, una sola foto, se lleva por delante mucho trabajo colectivo, entre otro el que pueda realizar la Administración de las Cosas Públicas ante los organismos europeos.


A estas alturas, pocas voces autorizadas desde la izquierda convocante han denostado, renegado o condenado la imagen de dos encapuchados de rostro anónimo asaltando una sucursal. Prefieren considerarlo «exceso comprensible» y «expresión del malestar ciudadano». Tamaña irresponsabilidad es significación del paso a través de la delgada línea que separa la protesta de la revuelta que han optado por dar individuos miserables de nuestra clase política.