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Carlos Herrera  
El Semanal, 19 de febrero de 2012
El Contador a cero

Es injusto que se esté publicitando la imagen del deporte español que ahora corre por ahí. No es de recibo que a raíz del complicado `asunto Contador´ diversos medios de comunicación arremetan contra los deportistas que lucen el nombre de España y que, casualmente, ganan casi todos los campeonatos a los que se presentan. Es mejor que sientan envidia que lástima por ti, evidentemente, pero el desparrame - especialmente, francés- en contra del prestigio de atletas de élite de nuestro país es excesivo. Al pobre de Rafa Nadal, un hombre ejemplar y triunfador, le montaron un numerito estúpido en televisión: representa que llega a una gasolinera, orina en el depósito de su coche y este, gracias a tal combustible, sale disparado. Jo, jo, jo, qué talento el de la televisión francesa, es que soy yo el que me meo. Los titulares de periódicos supuestamente serios y equilibrados parecían redactados desde la inquina más sectaria y ponían en duda, en algún caso, los éxitos del deporte español en su totalidad, como si desde la Administración se hubiese trazado un plan de dopaje lineal para todas las disciplinas de competición. Demencial. Básicamente, el núcleo generador de tanta insidia está en Francia. La razón es relativamente sencilla: sus dos joyas institucionales, Roland Garros y el Tour, nunca son ganadas por un francés y sí en cambio por un español. Un año y otro, lo cual es demasiado para la `grandeur´. Se cuenta que el año en que Nadal había ganado el Abierto de Francia, Contador el Tour, la selección española el Campeonato del Mundo -con la previa de la Eurocopa-, los motoristas todo lo que podían ganar, Alonso no pudo ser campeón del mundo... porque conducía un Renault. No perdonaron el chiste.

No es de recibo creer que existe una conspiración mundial contra los españoles por el mero hecho de serlo, pero sí parece razonable pensar que un exceso de victorias excita determinados sentimientos de impotencia que desembocan, en cuanto hay excusa, en ejercicios de miseria colectiva. Después de no haber sido casi nunca nada, España despertó al éxito deportivo tras los Juegos de Barcelona. Antes del 92 habíamos triunfado mínimamente gracias a monumentales individualidades como Santana, Paquito o Bahamontes, pero después de Barcelona la máquina comenzó a funcionar y la coronación llegó con el triunfo en Sudáfrica. Ya se dijo aquello de: «Soy español, ¿a qué quieres que te gane?». Parece pues inevitable que, en cuanto un asunto polémico lo proporcione, comparezca una cierta rabia indisimulada. Ignoro de dónde surgió la billonésima parte de los gramos de clembuterol que se encontró en la sangre de Contador, el mejor ciclista del mundo, pero la decisión de estos mangantes asombra desde el punto de vista jurídico y del sentido común. Ya se ha argumentado hasta la saciedad que se ha cometido una injusticia y que se ha aplicado un rigor nunca conocido hasta la fecha, con lo que poco se puede añadir; pero no estaría de más señalar que debería ejercerse desde las instituciones españolas una concreta presión sobre determinados organismos internacionales que tratase de dejar las cosas en su sitio. Cuando uno se queda igual ante una avalancha de acusaciones groseras o entreveladas, parece dar la impresión de haberse acomplejado ante la fuerza bruta de los demás, y conviene no transmitir esa imagen. Al ciclismo español han querido ponerle el `Contador´ a cero quitándolo de en medio este próximo Tour -que así se les pudra en la cara- e impidiéndole disputar los Juegos de Londres. Además, le pretenden robar cerca de tres millones de euros para rezongarse a gusto en sus cosas, asunto que parece sí puede revocar en la justicia ordinaria. Todo parece indicar que la decisión tiene poca vuelta atrás: este verano, sin Alberto, todo será menos apasionante. Que ello no impida limpiar su nombre y que no acabe con su ánimo: tiene muchos años por delante y ningún comité de golfos podrá acabar con él.