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Carlos Herrera  
ABC, 17 de marzo de 2000
Cosas de Cataluña

«Muchos se lamentan del cansancio de tener que estar todos los días demostrando catalanidad»

Pujol le ha sobrevenido un ataque de realismo político. Un chaparrón de votos pródigos ha de vuelto a la mesura al mismo a quien los calentones electorales habían llevado al terreno de las aspavientos. La larga lista de agravios pendientes de la marca «Catalunya» que blandía en su mano poco antes del domingo ha tenido que masticarla al compás del mismo recuento, al son del tic exagerado de quien cree que manda más de lo que manda. El padre de tanta «catalanor» sobrevenida en estos últimos años ha desestimado la propuesta de Serra y Maragall de crear un frente catalanista de autogobierno con el hacer de autogobierno con el que hacer oposición y mantener presión constante sobre José María Aznar. El Honorable ha dicho no. Y seguramente su cuerpo recortaíto le pedía decir que sí, pero sabe que si comparte con los demás ese gran espejismo que es la Cataluña agraviada estará compartiendo su gran argumento electoral, su misma esencia, su propia sustancia. Pujol ha dicho no porque a Pujol no le gusta que otros tomen la iniciativa, porque le gusta seguir el paso de los demás, y menos si ese es Maragall. Pero, por encima de otras consideraciones, Pujol tiene momentos de sensatez y sabe que los populares se han convertido en una fuerza política de considerable vigor en Cataluña y que encapsularla con medidas como la que ha salido de la voluntad aislacionista de Carod Rovira y la voluntad difícilmente etiquetable de Serra, le llevaría a un escenario socialmente injusto, políticamente recriminable, que no haría más que alimentar el crecimiento del partido que acaba de conseguir esa sorprendente mayoría absoluta. Vendría a ser, por demás, como dar a entender que ese «frente catalán» se establece contra los que son «menos catalanes».

Posiblemente, digo, empiecen a pasar cosas en Cataluña. De repente, como si hubiesen despertado de un sueño letárgico, de un encantamiento embrujado, van despertando muchas de las voces que sólo reconocían en privado lo que ahora empiezan a vislumbrar en público: la ciénaga dorada pierde brillo, pierde oro. Se despiertan, incluso, los casos de corrupción, al calor de unos dineros que parecen haber tomado algunos miembros de Unió Democrática de una empresa a la que subvencionó generosamente la Consellería de Treball, gestionada, precisamente, por un hombre de Unió. Vaya por Dios.

Ahora muchos lamentan la pérdida de poder económico de Barcelona a favor de Madrid. Ahora muchos lamentan que el proceso de creación intelectual esté muy por debajo de las épocas peores. Ahora muchos se lamentan del cansancio de tener que estar todos los días demostrando catalanidad sin fisuras, su identificación indiscutible con el modelo único, con esa dictadura social silenciosa que castiga y masacra al distante. ¡Qué agotamiento! No concibo mayor suplicio que tener que pasar el día demostrando incuestionablemente lo muy catalán que se es, o lo muy gallego, o lo muy murciano. Pero esto va así.

Ayer, con motivo de la presentación de «Daaalí» en su versión catalana, declaraba Albert Boadella que Pujol había presionado directamente a Pío Cabanillas, director de RTVE, para que no emitiera una obra de este diablo en su espacio teatral de reciente inauguración. Tremendo. Nada menos que una obra de Boadella sobre otro de los demonios del Honorable: el soberbio ampurdanés Josep Plá, el que cuando vio de reojo al President en la clínica en la que agonizaba tuvo sorna para decirle simplemente «heu crescut» (has crecido).

No tenía noticia de ello, pero me parece absolutamente verosímil. Que Pujol llame por teléfono a don Pío y le diga eso de «Oiga, Cabanillas, usted tiene que demostrarme mucho todavía», que es una de sus frases favoritas, es sólo comparable a la indignación incontenida que mostró un lunes Durán i Lleida con TVE por no haber dado tratamiento informativo a la «Festa del Cargol». Bueno. Ayer me decía un colega barcelonés que esas son las cosas que no pasarían si Maragall fuese President; esas y sólo esas, le repuse yo, aunque le manifesté mis dudas. Puede que Maragall no telefonease a Cabanillas, puedes, pero ya empieza con los mismos tics pujolistas a la hora de responder groseramente en las entrevistas que no le gustan o que, simplemente, no le convienen. Pero mucho más importante que ello es la pretensión frentista que le ha entrado al Gran Asimétrico, mediante la cual quiere arrebatarle el único discurso y terreno político que ha impuesto Pujol: la catalanidad políticamente correcta. Y Serra, que se va a ir después de haber disgustado seriamente a su núcleo duro de Feraz con eso de «hemos ganado las elecciones» —¡qué torpeza!—, está también por esa labor, antes de marcharse dejaría trenzada la última equivocación de su larga carrera política, sembrada de claroscuros, de gestión municipal renovadora y enérgica, de gestión nacional desastrosa, de gestión partidista, ya vemos, ambivalente.

Hubiera merecido Serra un último golpe más brillante, menos sectario y de visión más amplia. No ha sido así.

Bien que lo siento.

Continuará…