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Carlos Herrera  
ABC, 21 de octubre de 2011
De Gadafi a ETA

EL que entendió bien a Gadafi fue Ronald Reagan. Con chalados como el que ordenó derribar el vuelo 103 de PanAm hay poco margen de maniobra y lo más efectivo a la hora de establecer una relación con él es bombardearle. Cuando el presidente norteamericano, poco dado a los complejos, ordenó sobrevolar y destruir su palacio, su jaima y sus camellas, se encogió una parte del mundo que creía que el militar que derrocó al rey Idris era poco menos que un Che Guevara árabe. Algo de esa perversidad tenía, está claro, pero Gadafi, en realidad, era un cómplice de algunos deseos de occidente y poco menos que estaba considerado como un mal menor. Pero era un mal mayor. Entre Reagan y el bloqueo al que le sometieron los países occidentales más afectados por sus locuras Gadafi dejó de ser «gamberro» y los dirigentes europeos le perdonaron. Al fin y al cabo podía encargarse de parar la ola inmigratoria subsahariana que quería alcanzar las costas continentales del norte y garantizar, de paso, que el petróleo y el gas no faltaran cuando las tensiones de oriente medio ponían las cosas difíciles y caras. A cambio se le dejaba hacer el gilipollas con sus amazonas vírgenes y sus tiendas de campaña cuando era recibido en visita diplomática por estos lares. Todos le han agasajado o le han aguantado, todos; nadie puede jactarse de haber evitado su contacto y era considerado, poco más o menos, como un friki del que sonreírse una vez recogía la jaima y se marchaba a su desierto. Los mismos que han enviado aviones de la OTAN a borrarle del mapa eran los que pocos meses atrás le visitaban bajo el plástico de su tienda de campaña y le aguantaban las tonterías de nómada enriquecido. Así es la vida, así es la política.


Hoy, muerto a manos de unos sujetos que tampoco son, precisamente, un vaso de agua clara, nadie le va a llorar. Hoy, acabado en la revuelta de sangre que no supo prever, ni evitar, ni considerar, Gadafi es un amasijo de recuerdos trágicos para el pueblo libio al que decía defender y al que reprimió salvajemente ante la mirada complaciente o comprensiva de no pocos idiotas occidentales. Tales idiotas —considerable número de euroidiotas entre ellos— ponían los ojos en blanco a medida que recitaban pasajes del célebre Libro Verde con el que el loco de Sirte intentaba amalgamar su ideario islamista, socialista y arabista. Eran los idiotas que miraban hacia otro lado cuando nuestro rijoso cadáver financiaba el terrorismo de Abu Nidal, de Carlos «El Chacal», de las FARC, del IRA y de no pocos asesinos de ETA a los que entrenó y subvencionó en alguno de los muchos campos desiertos del país. Embustero, manipulador y despiadado, manifestó sus simpatías por los movimientos independentistas en España y comprendió el uso de la violencia en aras de lograr esos objetivos. También se le perdonó. A la vez que hemos sabido que ha sido tiroteado por los rebeldes libios, aquella ETA a la que acogió bajo su techo ha emitido un nuevo comunicado —semejante a muchos anteriores— de cese de actividad. Ya quisiéramos muchos que muriera de forma definitiva como lo ha hecho el régimen de un payaso peligroso y con pistola, pero a tenor de lo leído, ni se disuelve, ni pide perdón, ni se retracta, ni entrega las armas. Simplemente cede a las directrices de la charlotada de Ayete, insta a los gobiernos de España y Francia a negociar no se sabe bien qué y afirma que está dispuesta a «superar la confrontación armada». Los mismos idiotas que se tocaban las partes blandas leyendo el Libro Verde, pondrán también los ojos en blanco leyendo este nuevo/viejo comunicado de ETA.