artículo
 
 
Carlos Herrera  
ABC, 16 de septiembre de 2011
LA KOLONOSKOPIA EUSKALDÚN

Se pudo haber muerto de cáncer, pero eso es lo de menos: como si fuese un chiste de Gila, arriesgó su culo por una causa noble

 

UNA colonoscopia no es, que digamos, un método diagnóstico al que podamos calificar de agradable. No suele serlo para casi nadie que le introduzcan un largo tubo insuflando aire y que previamente haya debido pasar un día entero bebiendo papillas y defecándolas convenientemente hasta dejar los intestinos como una patena. Cierto es que la sedación ya evita los momentos más molestos y la recuperación es instantánea, con lo que está más que aconsejada para conocerse uno mismo en la intimidad rectal y para atrapar a tiempo procesos cancerígenos de evolución incierta o grave. A partir de una edad es bueno investigarse cada cierto tiempo.

Un lugareño de Oñati, Guipúzcoa, de apellido Elorza, observó con cierta inquietud como en sus heces se entremezclaba una cierta cantidad de sangre hasta el momento inédita. Como puede parecer prudente acudió al médico, el cual le dirigió al especialista, el cual, a su vez, consideró aconsejable someterle a la colonoscopia. Pero hete aquí que Elorza es hondamente euskaldún y reclamó que el médico que le fuera a explorar por donde te dije realizase la colonoscopia en euskera. Se le repuso al morrosko que el médico que mete los siete metros de mango no suele hablar, sino más bien empujar y palpar, y que para ese menester suele importar poco que piense en sueco o en castellano. O mismamente en vascuence. Elorza no cedió: o me la hace un euskaldún o a mi nadie me mete nada por detrás.

El de Oñati fue advertido de que la prueba diagnóstica merecía una cierta urgencia con motivo de descartar males mayores y, que si fuera necesario, se le aportaría una enfermera bilingüe para darle las instrucciones en su idioma materno a pesar de hablar estupendamente castellano. Que no. Al tipo no le importaba esperar lo que hiciera falta hasta que dieran con uno que hablara vasco, pero en su culo no entraba nada en otro idioma. Perplejos, los médicos del magnífico servicio de salud de la CAV, se pusieron a buscar un especialista que cumpliese los requisitos: fue hallado pero hasta pasados diez meses no podía atenderle. Elorza dijo que esperaría y que, entretanto, el médico que le hiciese la anamnesis y la historia clínica se preparase a escucharle en euskera, lo entendiera o no. Se dio pues el caso de que entre el paciente y el médico hubo de colocarse un teléfono, al teléfono un intérprete y del aparato un auricular para cada uno. Elorza hablaba, el otro escuchaba por teléfono y traducía al galeno, el cual preguntaba y lo dicho le era traducido innecesariamente al de la hez sanguinolenta. El de la hez, por demás, se molestó por el hecho de que el intérprete hablara un vascuence excesivamente académico y poco relacionado con el de su aldea original, hasta tal punto que pasó media conversación corrigiendo al traductor.

Finalmente, pasados diez meses, el especialista pudo atenderle en Mondragón, que era donde él quería ser perforado. Hubiera podido ser atendido en Vitoria mucho antes y por un médico vascoparlante, pero reivindicaba que fuera en sus inmediaciones. De irse a Vitoria nada de nada. La prueba desveló que, felizmente, no existía proceso cancerígeno alguno y que la sangre impertinente y persistente provenía de una hemorroide interna. Nada que no pudiera ser solucionado. Elorza se marchó con su intestino nuevo y reluciente y la satisfacción de haber sido atendido en su lengua materna. Se pudo haber muerto de cáncer, pero eso es lo de menos: como si fuese un chiste de Gila, arriesgó su culo por una causa noble. También dio por él, ¡pero eso qué importa si puede uno ser un héroe euskaldún de quien se sentiría orgulloso el propio Sabino!