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Carlos Herrera  
ABC, 17 de marzo de 2001
Fiebre de Gibraltar

Vayamos al grano que el espacio es poco: el eterno contencioso de Gibraltar ha sido utilizado, tiempo atrás, para exaltar fiebres nacionalistas, las cuales —como venimos sabiendo estos años—, son excelentes cortinas estos años—, son excelentes cortinas con las que ocultar vergüenzas e incapacidades, cuando no otra cosa. Hoy en día, un arcaísmo continental de esta envergadura suele ser un problema recurrente que tiene que ver mucho más con la estabilidad social de la zona que con la dignidad social de la zona que con la dignidad nacional. Lo que preocupa de Gibraltar no es exclusivamente que sea una colonia de imposible justificación entre países asociados —submarinos aparte—, sino que se haya convertido en una cueva de piratas, maleantes internacionales, narcotraficantes y evasores fiscales de la peor calaña. El Gobierno británico, de siempre cínico, de siempre insolidario, tiene, no obstante, cosas más enjundiosas de las que preocuparse que de la jaimitada autodeterminista del gobierno de la colonia. El Reino Unido está pasando, posiblemente, la crisis finisecular más grave de su historia, ya que se ha convertido en un país incapaz, mucho peor que cuando Margarita Thatcher asumió la labor de mando y se encontró con un tejido industrial necrosado y con una sociedad civil a punto de perder su legendaria flema —les recomiendo vivamente la lectura de sus memorias—. Hoy en día, Tony Blair, tiene ante sí un reto similar: la Unión se descompone en su propia peculiaridad y queda ante el mundo como la responsable de arrasar cabañas completas de animales de toda especie. Todo por creerse «tan» diferentes. Ante una decadencia semejante, al ministro británico de Exteriores lo que menos le preocupa es el arranque de Joseph Piqué con la «hostilidad» gibraltareña. Si de por sí no nos han hecho nunca ni puñetero caso, dudo que no lo vayan a hacer ahora enfrascados como están en dignificar la imagen de envenenadores públicos que les va a quedar por muchos años. Gibraltar tendrá que esperar. Entretanto, los «llanitos» que sigan jugando a naciones. Aquí en España, muchos obtienen jugosos beneficios con ese juego.