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Carlos Herrera  
ABC, 7 de abril de 2001
Gran macarra

Un macarrilla de barrio se ha llevado las iras de media España exactamente por se tal como le han dicho que debe ser: él mismo. Hasta el singular y estólido Madrazo, más preocupado por la violencia desatada en un plató de televisión que por la que desatan sus socios del pacto de Lizarra, ha puesto el grito en el cielo. Siempre es preciso un chivo colectivo sobre el que descargar tensiones: ¡qué mejor que un supuesto maltratador exhibido en un programa políticamente incorrecto que ve medio país! Los supuestos sicólogos se hacen el longuis y le echan la culpa al tabaco; la cadena y su productora dicen que es que la vida es así, hijo, que qué se le va a hacer, pero que ahora mismo echamos al chulo; la madre del muchacho aclara para nuestra tranquilidad que su hijo no es machista, sino macho, con los huevos llenos de amor, ordinario y macho; el grupito de pijos sin sustancia (a excepción de ese joven extremeño que aparece lo más sincero y cierto de esa selección) echan una lagrimita y zanjan el asunto aclarando, en un alarde de reflexión sesuda, que «las personas son como son»; el presidente extremeño Ibarra se sonroja ante el espectáculo berlanguista ofrecido por uno de  sus municipios (tampoco es para tanto); unas asociaciones de mujeres feministas se molestan en presentarse ante un juzgado y querellarse contra ese pobre tonto de Hospitalet; los directivos, finalmente, se frotan las manos porque ya han conseguido que hasta periódicos serios y prestigiosos dediquen editoriales al tema y la audiencia haya subido considerablemente. Objetivo cumplido.

No deberían molestarse tanto: el macarra seguirá siendo macarra y, previsiblemente, ganará algún dinero exhibiendo su perfil canalla; la cadena seguirá obteniendo beneficios a cuenta de doce aspirantes a la gloria barata y Madrazo seguirá preocupándose de todo menos de lo que le corresponde. El signo de los tiempos es el de la urgencia, el de lo efímero: nada pasa más rápido que la indignación justiciera. No sé siquiera si vale la pena.