No hay que dejarse llevar por calentones ideológicos que, por cierto, llegan con unos años de retraso
ESTIMO sobremanera el esfuerzo por cambiar la realidad, siempre imperfecta, siempre incompleta, de los hombres y mujeres concentrados en diversas plazas españolas al grito de «Democracia Real ya». Me temo que el grueso de las reivindicaciones sobrepasa, con mucho, a la racionalidad de las soluciones que aportan y que por ello sea difícil trasladar una sensación de seguridad en el futuro a quienes padecen los problemas que denuncian. Sustituir el «sistema» mediante proclamas urgentes y un tanto indefinidas no conlleva la generación de ilusiones revolucionarias más allá de los calentones asamblearios, pero convengamos que es un buen punto de partida para debates posteriores a realizar desde la serenidad. Listas abiertas, circunscripción única, separación de los poderes del Estado, elección directa de alcaldes, eliminación de candidatos inmersos en procesos de corrupción, etcétera, son ideas que pueden abrazar unos y otros, pero nos engañaríamos si creyéramos que sólo fines de tanta altura política son los que se manejan en el fondo del ideario agitador. Cambiar el sistema suele comportar su sustitución por otro y nos faltan garantías de que ese nuevo modelo fuera a traer más libertad y más justicia. La experiencia enseña que estatalizar libertades esenciales no siempre supone aumentar la libertad de los individuos.
D Pero no iba a eso. El empeño de algunos entusiastas izquierdistas —de la célebre «izquierda caviar»— por denunciar las pérfidas políticas de los gobiernos de la derecha española gobernante hasta 2004, se tradujo en una sucesión fílmica de dudoso talento titulada «Hay Motivo» en la que sus autores se lamentaban de lo que, según su criterio, era un periodo negro de la política española. Había motivo entonces para elevar el grito de la rebelión, pero sin embargo ahora, con cinco millones de parados, una economía estancada, una generación de jóvenes descontada para el trabajo, un futuro espeso y una atonía general en todos los procesos de creación, ninguno de los exquisitos rebeldes de antaño ha querido sumar su voz en forma documental a quienes lamentan el colapso y anquilosamiento del sistema político español. Como si ahora no hubiera motivo para elaborar sus panfletos, en pocas palabras. Adolecen de la misma falta de puntería de muchos de los acampados, que, pudiendo dirigir sus iras a quien gobierna, prefieren mezclar a unos y otros en el engrudo intragable de «El Sistema», sin aportar, de momento, grandes ideas originales más allá de querer trabajo para todos, vivienda para todos y sanidad para todos. Cosa que, por lo que tengo entendido, queremos todos. No digo con ello que, antes o después, no surjan propuestas dignas de tener en cuenta, alejadas de los tópicos y ciertamente revolucionarias, digo que este que teclea aún no las ha escuchado. De la superficialidad, es evidente, se puede ir pasando a la profundidad, razón por la cual habrá que estar atento por si podemos estar a las puertas de una regeneración democrática en nuestro país; pero para ello no hay que dejarse llevar por calentones ideológicos que, por cierto, llegan con unos años de retraso. Al menos en el caso de los jóvenes y no tan jóvenes de estas concentraciones ha llegado el deseo de sacudirse modorras y reivindicar otro mundo más justo; en el caso de los cineastas sobreactuados del 2004 no
se ha producido ese milagro rejuvenecedor. No sé en qué cueva están ocultos dudando en si sumarse o no a las revueltas, temiendo que si asoman su santa faz alguien acabe depilándoles las cejas, pero seguro que sí están lamentando haberse despertado tarde de la siesta. ¿Hay motivo?: ¡vaya si lo hay!
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