Sánchez ha dado cinco días para que le demuestren su amor
«Hay que acabar con las insidias contra Pedro Sánchez», dice Zapatero, que ha sido de los primeros en llamar a la movilización, y ya todos los Coros y Danzas del sanchismo han activado su modo Felación Sincronizada: ¡Que se actúe contra los medios desafectos! ¡Que tome el poder judicial! Qué gentuza más adorable.
Sánchez deja decir a los suyos, fiel a su leyenda audaz: de golpe en golpe hacia la supervivencia final. Fue audaz cuando alcanzó la jefatura de su partido y volvió tras ser expulsado por la ventana tras sorprenderle con una urna tras la cortina; lo fue cuando articuló una moción de censura en la que pocos creían cuando comenzó a componerla; lo fue cuando convocó elecciones después del revolcón autonómico y municipal; lo fue cuando compuso una mayoría parlamentaria con toda la escoria política posible, y lo ha sido ahora cuando le acucian todo tipo de inestabilidades: no solo pende sobre su cabeza la indecorosa actuación de su esposa, sino que queda por ver lo que pueda dar de sí el asunto Pegasus y la difícil salida que plantea su alianza con individuos como Puigdemont y demás ralea. Es más que probable que el recorrido indebido de la actuación de Begoña nos proporcione algún otro dato sabroso, al igual que las revelaciones sobre su teléfono intervenido nos dejen otros momentos intensos, pero las dificultades más carnosas vendrán tras las elecciones catalanas, de por sí envenenadas. Esta aparatosidad inaudita en democracia tiene varios alcances: provocar la sentimentalidad de sus partidarios, organizados al estilo Zapatero, y la llamada plebiscitaria a sus seguidores en Cataluña. Dadme el triunfo y yo sabré interpretarlo. Mientras tanto hace lo que mejor sabe: polarizar, señalar, intimidar y victimizarse teatralmente para no dar ningún tipo de explicaciones. Ello se corresponde con un pésimo comportamiento democrático, pero con una excelente planificación efectista: puede ser un felón, pero es un felón extraordinario que seguramente pasará a la historia como una de las escorias más célebres de nuestro de devenir, el cual siempre contará con una legión de fieles subyugados por su atractivo progresista, convencidos de que ha sido el legionario defensor de sus derechos igualitarios.
Hoy todo el universo mediático se debate en dilucidar si dimitirá o no. Inútil cuestión. Ha dado cinco días para que le demuestren su amor y ha articulado un teatro para no dar explicaciones. Sus lágrimas de modistilla no tienen más objeto que conseguir que su facción social le diga «Pedro, quédate» y que se movilice, indignada, una facción social que considera que todo lo que haga la izquierda está bendecido por su conocida superioridad moral. El mal merece también su admiración: disfrazar mediante indignación impostada una ejecutoria como la suya y exigir, de alguna manera, impunidad a sus acciones, causa perplejidad pero obliga a un reconocimiento a esa forma refinada de maldad que tan característica es a la izquierda contemporánea: todo son insidias, nada es realidad. Decadencia imparable, se diga lo que se diga. Con todo, este salto al vacío no creo que acabe bien.
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