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Carlos Herrera  
ABC, 1 de febrero de 2024
Independentismo y terrorismo

No todo independentista es terrorista, está claro, pero sí todo terrorista es independentista

El independentismo no es terrorismo, dice Sánchez. Ya. Y usted ¿cómo lo sabe? El juez juzga comportamientos, no ideologías: ningún código penal de democracias conocidas condena formas de concebir la organización administrativa de la sociedad. Condena los medios para conseguir los objetivos. Si el mecanismo para conseguir los húmedos deseos de independencia transita por la violencia, ¿qué ocurre? El independentismo, como todo, puede ser angelical o terrorífico, y el mero hecho de ser independentista –que, al parecer, confiere un halo progresista absolutamente inexplicable a quien lo exhiba– no garantiza ser una persona libre de manchas o de acciones punibles.

Sí que se da una circunstancia en la dinámica política violenta de España. No todo independentista es terrorista, está claro, pero sí todo terrorista es independentista. Eso en sí mismo no dice nada más allá de las causas que culpan a quienes han ejercido la violencia y el terror, mayoritariamente nacionalistas vascos, pero ofrece una pista sobre el ámbito en el que se desarrollan los hechos delictivos. En el universo independentista de aquellas comunidades que quieren ejercer su supuesto derecho a la autodeterminación –todos podemos descender peldaños en la reivindicación a la independencia– la violencia ha sido un elemento indispensable e, incluso, un factor decisivo en el relato épico que desarrollar ante escenarios necesitados de heroicidades colectivas, supuestas o ciertas. Toda misión ciclópea, como la de desgajar territorios, o se producen con la misma naturalidad con la que fueron anexionados o se consiguen mediante batallas llenas de héroes y víctimas propiciatorias. Checoslovaquia dejó de ser un solo país porque unos pocos años antes eran dos o tres, y volvieron a ser dos sin más problema que los meramente administrativos: se han seguido llevando bien y cada cual a lo suyo. España fue España, a decir de Menéndez Pidal –políticamente incorrecto, lo sé–, desde que Recaredo se convirtió al cristianismo, lo cual debió de andar en torno al año 587 en un acto celebrado en Toledo. Cada cual puede considerar que hay partes de esta vieja nación que merecen ser una nación distinguida: yo pido la independencia de Sanlúcar. De acuerdo. Pero si utilizamos algo más que la seducción para conseguir nuestros objetivos estamos, directamente, delinquiendo, sobre todo porque damos por cierto que representamos a la mayoría y que ésta es tan violenta como nosotros.

El problema de este mequetrefe histórico llamado Sánchez es que tiene que, diariamente, hacer contorsiones sobre el tablero para justificar a quienes lo hacen presidente y lo sostienen, junto a su larga nómina de mantenidos, en el poder. La última fue hacernos ver que todos los independentistas no contravienen el Código Penal. Pero él no es juez, aunque a buen seguro le gustaría. Los que tienen que decidir si la chusma de Tsunami Democràtic y demás excrecencias cometieron delitos son los magistrados. Y han de trabajar en un ambiente medianamente respetuoso con sus investigaciones, sin que una vicepresidenta choni se solidarice con un huido y sin que un presidente les diga lo que tienen que decidir.