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Carlos Herrera  
El Semanal, 1 de mayo de 2011
Jandrín, o cuando hasta el diablo hace relojes

Jandrín Morán pudo ser, perfectamente, el chaval más malo del mundo. Pendenciero, chulo, golfante y embustero, era capaz de crear problemas donde nunca podría haberlos e incapaz de solucionar los muchos que se creaban a su paso. Estudiante imposible, dedicaba el tiempo en las aulas a pergeñar cómo complicarle la vida a sus compañeros y cómo gastársela a su profesor, posiblemente el hombre más paciente del planeta. Después de un largo historial de suspensos y tropelías varias, la gota que colmó el vaso de los Maristas de León ocurrió la mañana en la que Jandrín tuvo la idea de freír un huevo en un infiernillo al que le acopló una sartén con aceite en plena clase de matemáticas. Lo iba haciendo con mucho disimulo hasta que el ruido del huevo al caer en el aceite caliente alertó al profesor, el cual, asombrado ante la audacia, escuchó como toda explicación: «No se preocupe, don Fulano, que lo estoy friendo para usted». Jandrín fue expulsado a mediados de octubre del colegio mediante una carta que daba cuenta a su familia de las hazañas del prenda. La carta, hábilmente interceptada por Jandrín, nunca llegó a las manos de su paciente padre, relojero de profesión y uno de los hombres más queridos y respetados de la ciudad, ni a las de su encantadora madre, catedrática de Veterinaria de la Universidad; antes bien, el terremoto leonés se hizo con un sello del colegio mediante el cual falsificaba cartas en las que se detallaban los pagos mensuales o las excelencias del muchacho o las excursiones planeadas para algunos fines de semana totalmente ficticias. Mediante lo que los padres le daban para pagar las supuestas excursiones y merced al dinero del pago de los recibos que Jandrín falseaba, disponía de un dinerito nada desdeñable con el que entretenerse todas las mañanas en las que fingía que salía en dirección al colegio, pero en las que, en realidad, perfeccionaba su técnica, ya de por sí depurada, con el futbolín o los diferentes tipos de billar. Se hizo con un viejo R-8 que conducía, por supuesto, sin carné y en el que iba de aquí para allá manejando sin tener siquiera los dieciocho años (una de sus proezas fue bajar Pajares sin frenos). El R-8 murió una noche en la que se llevó a su novia a Madrid con la idea de volver antes de las nueve de la mañana, pero reventó en la Castellana y hubo de ingeniárselas para volver en taxi y meterse en la cama antes de que descubrieran su ausencia, cosa que no consiguió, evidentemente. Sí consiguió disimular el asunto escolar y darse la vida padre hasta el mes de febrero, fecha en la que su hermana Rosa se percató del montaje y fue con la historia a su padre y a su abuelo, los cuales montaron en cólera, pillaron a Jandrín por banda y le dieron una tunda de aúpa. Una vez sacudido, se prestaron a llevarlo a la comisaría de Policía, donde denunciarlo ante las autoridades para que estas actuasen debidamente, pero quiso la casualidad que aquella tarde sucediese algo que aconsejó no moverse demasiado de casa y menos en asuntos de orden público: era el 23 de febrero de 1981 y se acababa de poner en marcha un golpe de Estado. Jandrín asegura que él le debe a Tejero y compañía ser hoy un hombre de provecho.

Tras aquella aciaga tarde, padre e hijo convinieron que lo mejor sería que el uno le enseñara el oficio al otro y que este hiciese lo posible por obtener el graduado escolar. El milagro se produjo y el terremoto incontrolable aprendió el trabajo en el que hay que mostrar más maña y paciencia de todos. Algo le hizo cambiar y convertirse en un tipo formal. Sigue siendo amante de la fiesta (no hay quien lo case con su novia de estos últimos quince años), cuarentón, brutote y cierrabares, pero amigo de sus amigos, trabajador, noble como las maderas antiguas y poseedor de la más difícil de las suertes: una gracia natural a prueba de todo malaje. Su destreza es tanta que resulta capaz hasta de arreglar los relojes de imitación que sus amigos compran en China o en Nueva York y hacer que funcionen sin problema para los restos, lo cual ya es decir mucho.

Ello demuestra que, en este mundo nuestro, hasta el demonio hace relojes. Si quieren conocerlo, busquen por León.