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Carlos Herrera  
ABC, 29 de abril de 2022
Fray Carlos Amigo Vallejo, in memoriam

Era prudente pero valiente, y elocuente pero no charlatán

Fray Carlos Amigo VallejoFray Carlos ha sido un hombre tocado por la Gracia. Y por la gracia. Por la Divina y por la humana, ambas combinadas con el continuado alarde de inteligencia emocional que exhibió en todo momento. Merced a ambas virtudes, su sólida formación espiritual y su descomunal habilidad para la comunicación personal -tenía un tú a tú demoledor-, Fray Carlos se instaló en la cúspide de todas las consideraciones: nadie que le hubiera conocido podría jamás no haber notado el halo de luz que le acompañaba, el prodigioso discurso que manejaba y el finísimo sentido del humor que exhibía, como un regate rápido, cuando la oportunidad lo aconsejaba. Ha sido un hombre de Dios, como ha señalado el cardenal Omella, y el rastro de su paso por este mundo deja surcos profundos, de esos que tardan años en ser cubiertos por el olvido.

Este articulista ha tenido muchas oportunidades de sentirse amigo de Amigo, de acudir a su sabia palabra para interpretar la realidad como hombre y de acogerme a su consejo sacerdotal, prudente siempre, en el desarrollo de su labor pastoral. En todos los ámbitos encontramos todos a un hombre a la altura de su envergadura personal, que no era menuda, que siempre exhibió una portentosa inteligencia y perspicacia para la negociación política y que no disimuló su ímpetu modernizador de las estructuras eclesiásticas. Era paciente pero constante, prudente pero valiente y elocuente pero no charlatán. Ciertamente era muchas cosas, pero sobre todas albergaba un alma de fraile franciscano que sabía auparse a los estrados de la púrpura, de todas las púrpuras. Buen amigo del Papa Francisco, siempre me decía: «no te dejes engañar, Francisco viste como un dominico, tiene nombre de franciscano, pero… ¡es jesuita!». Y subrayaba mucho este aserto final. Nunca acabé de saber bien lo que me quería decir con ello, pero me lo imagino. Con Carlos Amigo, no obstante, la Iglesia Católica perdió en dos ocasiones una excepcional oportunidad de tener un gran Papa. Cuando se lo decía se echaba a reír, pero yo lo afirmaba de forma muy seria.

Su mente era moderna, tanto que en un territorio muy apegado a tradiciones de difícil modificación como Sevilla impulsó cambios que antes o después habrían llegado pero que se resistían a hacerlo, mujeres nazarenas, por ejemplo. Negoció bien con los políticos, socialistas en esta ocasión, que siempre apreciaron su diplomacia y eficacia, puso orden en la diócesis y los seminarios, vistió el cargo de forma impecable y no dejó de amparar bajo su báculo a todos los colectivos. Los homosexuales, por ejemplo, siempre le estuvieron agradecidos.

Pudo haber sido un atractivo médico pero eligió ser un fraile, un fraile del siglo XX que no se encerró en palacio, no abroncó a los fieles y salió a la calle a buscar a las almas en espera. Sus homilías eran abrumadoramente conmovedoras, demoledoras casi, siempre atractivas y cargadas de sentido. Hoy está paseando, tomando el fresco, por las anchas avenidas de Dios, que, efectivamente, no le habrá abandonado. Cuide de nosotros, querido Amigo.