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Carlos Herrera  
ABC, 17 de febrero de 2022
¡Es la guerra!

No sé quién tiene razón, pero entiendo a los votantes populares cuando asisten aturdidos al desmerengamiento de una comedia fingida

La guerra, efectivamente, ha comenzado un miércoles (‘copyright’ del gran Pedro Carreño). Venían las aguas cargadas de azufre y estalló la bomba fétida: acusaciones vienen y van desde Génova a Sol. «De aquí solo se sale si hay un muerto», dicen unos en el seno de los populares. «Solo puede quedar uno de los dos», dicen otros. Qué podemos decir los comentaristas que ustedes no hayan visto con sus propios ojos. Lo que han contemplado ha sido el desarrollo en vivo de una crisis de partido, pero vivida en directo, sin biombos, con fuego despiadado y narrada en vivo. Entiendo la perplejidad. Pero la vida es así y la política no se diferencia tanto de las comunidades de vecinos.

No sé quién tiene razón, pero entiendo a los votantes populares cuando asisten aturdidos al desmerengamiento de una comedia fingida: las hostilidades van más allá de la pendencia infantil que simulaban mantener, y estalló el conflicto que antes o después iba a estallar. Casado y Ayuso no cabían en el mismo camarote y la explosión iba a producirse en cualquier momento. La gente del PP puede agradecer que haya ocurrido ahora, tras unas elecciones (imagínese este espectáculo en plena campaña castellanoleonesa) y a suficiente distancia de las siguientes como para restaurar un tanto la nave naufragada. La única duda que nos asalta es quién será el superviviente: Casado tiene el poder, el mango, el mandato orgánico; Ayuso tiene el favor popular, el activo de los votos. Recomponer la relación se hace difícil de creer. A Ayuso le censurarán haber tensionado la organización disciplinaria hasta el final, pero a Casado le dirán que estropeó por absurdos celos políticos las aspiraciones de la derecha de asaltar el trono de Pedro Sánchez, el hombre que se ha quedado sin piel en las manos de tanto frotárselas. Las acusaciones generales perjudican a Casado: le increparán por desperdiciar un descenso evidente de los socialistas en todos los ‘rankings’ de activos, y a Ayuso la bendecirán por ser la víctima propiciatoria de unos desalmados ‘apparatchiks’ que, cuál crueles cazadores, solo buscaban despedazar a Bambi para hacerse una barbacoa.

Evidentemente, ni tanto ni tan calvo. Es una vieja rivalidad que nunca creímos que hiciera llegar la sangre al río pero que se mantenía sorda, disimulada y tozuda por más que hubiera intentos de acercamiento una y otra vez. La torrentera de lava vertida por fin, después de que algunas publicaciones revelaran el intento de espionaje para comprobar la asepsia -o no- de los contratos firmados por la Comunidad de Madrid con un empresario próximo (o simplemente conocido) de la familia de la presidenta, reventó las costuras de la olla a presión. Ayuso estalló y la sangre estuvo servida. A partir de ese momento, la pulsión suicida de la derecha española le llevó a inmolarse ante los ojos atónitos de todos las espectadores españoles, incluidos sus adversarios. Es la guerra. Y parece que no habrá prisioneros.

Casado, aún así, debería asumir el liderazgo y comparecer personalmente ante su parroquia. En el búnker se pierden siempre las guerras.