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Carlos Herrera  
ABC, 15 de octubre de 2021
El presupuesto que anuncia ajuste

Para colmar el despropósito, los presupuestos albergan y practican el clientelismo suicidas

Los Presupuestos que se han estrenado en trámites parlamentarios llevan un regalo preventivo: para que los del ‘procés’ no se lo pongan muy difícil, el Gobierno ha programado un aumento de la inversión en Cataluña que contrasta, como era previsible, con un descenso de la misma en Madrid. Imagino que los cleptómanos independentistas pedirán algunas cosas más para su voto afirmativo, pero el reparto sirve para escarmentar a los madrileños por no votar lo que deben, cosa que los ciudadanos de esa Comunidad pueden acumular junto a los demás desaires, uno tras otro, que Sánchez les depara. Madrid viene a ser casi el 15% de la población española, y aporta a su PIB el 19%. Sin embargo, y son cifras conocidas, recibirá en inversión el 8,9%, menos aún que el año anterior. Se entiende que si cada comunidad recibiera en inversión lo mismo que produce crearíamos un país de dos velocidades, uno próspero y otro desarrollado, pero que el esfuerzo lo realice específicamente Madrid, al que se acusa, además, de ‘dumping’ fiscal, esconde alguna maldad vengativa. El País Vasco, como se sabe, vive su cuenta a parte: lo que produce se lo queda y, si acaso, suelta un puñado de euros para compensar los servicios del Estado en esa comunidad, que cada día son menos. Ese ‘cupo’ se calcula, en función de la necesidad de los votos del PNV, con mucha generosidad. Para colmar el despropósito, los presupuestos albergan y practican el clientelismo suicida: pensionistas y funcionarios son los otros vascos y catalanes; tanto que las dos partidas y su crecimiento conforman un gasto imposible asentado en ingresos imaginarios.

Son los presupuestos de la fantasía. España no crecerá, desgraciadamente, lo previsto por el gobierno, y los ingresos no satisfarán el aumento de gasto. Ya saben, por tanto, quién cubrirá ese déficit: la deuda, que supone pagar este año la friolera de más de treinta mil millones de euros y que puede crecer hasta límites insoportables. Por ahora la compra el BCE; ¿qué pasará cuando eso cambie?: pues que puede que ya no estén los que están ahora y que se repita la historia. Volvamos la vista al ayer inmediato: he leído cómo calificaba Miguel Sebastián el final de los años zapateristas. «Nadie quería apagar el tocadiscos», ha explicado el que fuera asesor económico de Moncloa. Cuando llegó Rajoy hubo de profundizar en el ajuste que comenzó ZP y se cubrió de sombras la fiesta. Los presupuestos que ha pergeñado el Gobierno y que retocarán sus socios parlamentarios invitan a una reflexión principal: la fiesta expansiva acabará más pronto que tarde e, inevitablemente, será sucedida por un nuevo ajuste con todo el aroma a azufre que conlleva cerrar el mueble bar de las dádivas y los regalitos y sumirse en la noche triste de los recortes. Pero estos tíos quieren calcularlo bien: caramelos para todos justo hasta unas nuevas elecciones, que si hace falta se adelantan. Si se pierden, ya vendrá otro que arree. El mismo proceso de siempre. Que se preparen los que vayan a llegar.