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Carlos Herrera  
ABC, 15 de abril de 2021
El sendero luminoso

Cuando el embustero impostor que ocupa la presidencia del Gobierno quiera reivindicar pasajes luminosos no hace falta que se vaya tan lejos

En la última aparición estelar de Pedro Sánchez ante el Congreso de los Diputados para no explicar por novena vez su plan de Recuperación y otras milongas asociadas a él, no desperdició la ocasión de celebrar la efeméride que remite a los noventa años de la Proclamación de la República española. La segunda, concretamente. Habló de ‘vínculo luminoso’, lo que inevitablemente lleva al subconsciente a acordarse de Sendero Luminoso, el grupo de asesinos revolucionarios de Perú que lideraba Abimael Guzmán, uno de los ídolos de sus socios de Gobierno. El vínculo luminoso con nuestra mejor historia, según este sujeto, es el que remite a uno de los grandes fracasos de España, quizá solo comparable a la otra República, la primera, que acabó en opereta en lugar de acabar en tragedia, como la que nos ocupa.

Sánchez añora, por lo visto, un régimen al que su propio partido, el PSOE, le montó un golpe de Estado allá por el 34, liderado por aquel animal descerebrado llamado Largo Caballero, que, por cierto, cuenta con estatua en Madrid. Sánchez añora un régimen que no aportó a la sociedad española la estabilidad y paz que debieran haber permitido el despegue del país en una época, eso sí, convulsa. Se mató, se destruyó la propiedad, se malversó el tesoro público, se manipularon comicios y se cercenaron libertades elementales, empezando por la de expresión. La izquierda tenida por centrista se escoró al extremo más radical, de tal manera que nadie en su sana decencia puede reivindicar su papel en aquellos tormentosos años treinta. Lo hizo, cómo no, Rodríguez Zapatero cuando en 2006, en el 75 aniversario de la Proclamación -la República no fue electa, fue proclamada-, aseguró que fue la base de la actual democracia. Semejante majadería la comparte, indudablemente, el mismo que habla de luminosidades políticas y otras tontunas; pero ni uno ni otro que, inexplicablemente, han sido presidentes del Gobierno de España, son capaces de reconocer que los supuestos valores que abanderó la República llegaron de verdad de la mano de la Monarquía Parlamentaria de Juan Carlos I: en el 75 llegó la reconciliación, el acuerdo, cada uno de los pactos, el entierro del guerracivilismo y el despegue económico y social. La reivindicación de aquel adefesio político, de aquella gran oportunidad perdida, de aquel tránsito hacia la guerra, solo puede realizarse desde la más severa de las ignorancias o desde el más perverso de los sectarismos. La Segunda República española no fue, en absoluto, un régimen democrático ni nada que se le pareciera. Ni siquiera tuvo rasgos homologables. Fue un camino a las dictaduras, o la del proletariado o la militar. Ganó la militar.

Cuando el embustero impostor que ocupa la presidencia del Gobierno quiera reivindicar pasajes luminosos, lo mejor de nuestro pasado, no hace falta que se vaya tan lejos. Olvídese de senderos con supuesta luz y estúdiese lo que vivió España desde el 75 y que ha permitido, entre otras cosas, que un individuo de su calaña pueda presidir un Gobierno lleno de monigotes.