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Carlos Herrera  
El Semanal, 17 de octubre de 2010
EN EL TREN, CON PEPE CAMACHO Y UN HABLADOR

Acabo de coincidir en el AVE con el maestro Pepe Camacho. De hecho, está sentado un asiento por delante del mío, al lado de un viajero que habla por teléfono a voz en grito, arreglando asuntos trascendentales de una sociedad que lamento no haber retenido para dar el nombre, delante de una dama prudente y elegante, con la edad de recordar batallas felizmente ganadas, amablemente silenciosa. Él viaja debajo de una gorra de rapero rebelde que le da un aspecto de lo más rompedor. ¿Quién es Pepe Camacho? Historia de la copla radiada, del flamenco, de la canción española, archivo de cortesía, memoria viva de un género que ha dado los más emotivos momentos de la escena musical española. Esperen, parece que el vecino del teléfono está hablando de una boda a la que ha ido en el Viso del Alcor o en Carmona, no me aclaro, y por la que le pararon en la carretera. Dice que le diga a Isabel que no falle, que no le joda, y que cree que ganó el López Regueiro, supongo que al golf. «Qué cabrón», dice. Sigue dando voces sobre el driver G15, que es el que se ha comprado él, que es hándicap 10. Discuten sobre las varillas. «Búscate la Grafaloid, no se te sube mucho. Corren de cojones.» Vaya por Dios, ahora se le va la cobertura. Le vuelve: «Probamos los palos el 19 y luego cenamos». Se ve que viene de comer de la esquina de Felipe II con la calle Pilar Bardem -antes General Merry-, un sitio minimalista. «Bueno, chiquitín-dice-, no me falles, te dejo ya.» Sigo con Pepe, antes de que el hombretón reanude, que reanudará. Pepe nació en la Triana profunda, calle Castilla, y fue testigo infantil del esplendor de las grandes artistas de la copla en el inolvidable teatro San Fernando. Treinta años en antena con una radio amable, andaluza, sevillana, radiando copla cuando nadie lo hacía, cuando el género se consideraba sospechoso, cuando la mojigatería progre consideraba la canción española poco menos que un reducto de nostálgicos de la posguerra.

Ahora, el hablador diserta con Ignacio y le dice que su hijo Pablo asesora a AENA y que el director del aeropuerto de Barcelona le ha invitado a comer. Le pregunta si le parece bien el chalé ese al que fueron la última vez, Can Travi. «Me cagüenlaleche que se me corta. Otra cosa, mi hijo se casa con una chica de Neguri, pa que tú veas. Oye, macho, que a ver si me llamas pa algo, ja, ja, ja, aunque sea pa ver una obra... Vente un día por Madrid, que te invito a comer... y vente con Ángel, que me llevo con él de puta madre.»

Le estoy cogiendo cariño, debo decirlo. Es un vasco simpático. Si fuera de Bilbao, sería completo.

Decía que Pepe es un catálogo genuino del género que muchos hemos amado: todo lo sabe, todo lo recuerda. Le pregunto por un amor compartido: Gracia de Triana. Fue su vecina, tiene su discografía y recuerda inolvidables detalles de aquella ruda mujer que, en cambio, tenía la más dulce de las gargantas. Le pido si conserva una grabación perdida de Gracia que llevaba por título Cantillanera y me promete buscarla.

Éste sigue: «Oye, campeón, ¿cómo estás? Que los miércoles hay cocido en la Casa de Campo y que mi hijo se casa el miércoles en Donosti. A tu mujer le gustará ir por sus lares. Yo me encargo de todo, que los amigos disfruten, ja, ja, ja...».

Le pido a Pepe que me lleve un día a su programa Temperamento, de Élite Radio, en Alcalá del Río, para hablar sin parar de tantas diosas -y dioses menores- que hemos conocido y que ya no están con nosotros, de Mikaela («con la luna, lunita, luna, se vaaaa»), de Juana, de aquel terremoto inolvidable llamado Rocío, del insustituible Bambino al que tanto han imitado y al que jamás han igualado, o de las que aún están, como Lolita Sevilla, que vendió su casa de Torrevieja y vive una espléndida tercera edad, de mi María Vidal a la que tanto añoro, de ese cristal de Bohemia que se llama Gracia Montes...

El simpático viajero que casa a su hijo está enfrascado en la confección de un crucigrama mientras saborea un sándwich. Definitivamente, me cae bien. Me encantaría que me invitara a la boda, pero me voy a quedar con las ganas de conocer más detalles. Seguro que, cuando vayamos a llegar a Puertollano, vuelve a la pelea. Ya les contaré.