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Carlos Herrera  
ABC, 6 de septiembre de 2002
¿Qué haríamos sin ti, Pujol?

«”Sin nosotros no serían nada”, ha venido a decir. Sin los catalanes seríamos mucho menos, evidentemente, pero también sin los andaluces, sin los asturianos, sin los castellanos. Seríamos incluso menos sin el Real Madrid, que de tan poco europeo ya lleva nueve Copas de Europa»

De entre la espesa niebla ideológica de Jordi Pujol (siempre «moderada», a decir de sus obsequios panegiristas) surgen de vez en cuando perlas salvajes que resultan devastadoras para su propia imagen por la evidencia en la que le dejan. Según su última y moderadísima excrecencia cariñosa, llena de afecto, para «el resto del Estado» —que es como resulta obligado llamar a España en la Cataluña oficial—, los españoles que no son catalanes, o mejor, los españoles a secas, no pasan de conformar una provincia desértica más cercana a la realidad africana que a la europea, la cual nunca habría mostrado signo alguno de europeísmo de no ser por la existencia misma de Cataluña, la única certidumbre exportable y homologable de la marca peninsular. Eso sin anestesia. A pelo.


No habré de ser yo, ni mucho menos, quien niegue el impulso indiscutible con el que el viejo Principado ha espabilado diversos pasajes históricos de nuestro país, sometido a lo largo de su existencia a no pocos momentos de ensimismamiento. Su talante social moderado, pausado, su cercanía física, su permanente ósmosis ideológica y social —sólo en un sentido, cierto— y su perseverante vocación de Norte han brindado palmarias oportunistas al conjunto de la Nación. Pero de ahí a afirmar sin pudor que España sin Cataluña resultaría un islote desencajado media el mismo trecho que separa la realidad del agravio. Quiero imaginar que el concepto de Europa que maneja este insuflado presidente se limita a una exclusiva visión geopolítica del siglo XX, lugar temporal en el que se han venido consumando revoluciones ideológicas, industriales y sociales de las que nos hemos excluido los españoles a causa de esa maldición moderna que nos ha impedido rematar a gol una y otra vez. Pero si Pujol hace extensión de su aserto a los quinientos años largos en los que contemplamos la formación de la España que conocemos, el Honorabilísimo no sólo yerra sino que muestra una desfachatez con pocos procedentes, si acaso alguno suyo anterior como aquél en el que venía a afirmar que los españoles no vascos, no catalanes, no gallegos, éramos lo más parecido a unos apátridas («España no es una Nación», dixit). Resulta un tanto pelma, por lo obvio, recordar que Europa no se hubiera configurado sin el primer impulso de la España que tanto detesta el nacionalismo periférico: la intelectualidad español, desde Andrés Laguna hasta Ortega y Gasset es la que de forma más machacona comienza a sacralizar a Europa como una especie de idea sublime sobre la que conformar una futura unidad interna. Resistencias las hubo, ciertamente, pero afirmar que España fue ajena a la configuración posterior de lo que, en principio, era tan sólo una sinécdoque  de Francia o Alemania en su perspectiva imperial es un alarmante manoseo de la Historia. Los nacionalistas, en fin, resultan muy tendentes a ello.


La inversión que el Estado realiza en Cataluña, insuficiente a su discutible criterio, siempre le parece a Pujol una buena excusa para deslegitimar otras realidades. No es un asunto nuevo. En esta ocasión ha dado de sí para establecer la caricatura de unos españoles hirsutos y tribales a los que Cataluña alimenta mientras estos se dedican a holgar en costumbres poco menos que medievales. «Sin nosotros no serían nada», ha venido a decir. Sin los catalanes seríamos mucho menos, evidentemente, pero también sin los andaluces, sin los asturianos, sin los castellanos. Seríamos incluso menos sin el Real Madrid, que de tan poco europeo ya lleva nueve Copas de Europa. Los barcelonistas, bien que lo siento, sólo tenemos una y de tanto ser «més que un club» nos hemos quedado en lo que nos hemos quedado.


Claro que a eso no quería referirse Pujol. La Europa que le interesa no es, desde luego, la futbolística.