artículo
 
 
Carlos Herrera  
El Semanal, 9 de mayo de 2010
LOS TEMORES DE HAWKING

Una noche cualquiera de verano, tumbado en la arena de una playa mirando las estrellas, usted se habrá preguntado, como tantos otros, aquello de «¿cómo vamos a estar solos en el universo?». Pues por las evidencias matemáticas –y de otro tipo– que manejamos los humanos en este punto nuestro de evolución existen muchas posibilidades de que la vida, tal como nosotros la imaginamos y conocemos, sólo exista en este joven y agradable planeta llamado Tierra. La existencia del hombre se explica desde una serie de asombrosas casualidades que han ido permitiendo la evolución de seres microscópicos hasta usted mismo. Que eso se haya repetido en cualquier otra parte es posible, pero tan poco probable como que te toque dos veces el gordo de la lotería. Puede tocar, pero no suele ocurrir. Stephen Hawking confesó hace unas semanas que no deseaba que civilizaciones extraterrestres, de existir, llegasen a la Tierra: tuvo la poca pericia histórica de compararlo a la llegada de Colón a América, pero vino a significar que si llegasen aquí seres de otros planetas –lo cual configuraría la noticia más importante de la historia de la Humanidad– es por disponer de tal avance tecnológico que nos considerarían poco menos que animales de granja. Las distancias son tan inmensas que viajar por el espacio a sistemas solares parecidos al nuestro y literalmente al lado nos llevaría, con nuestra física, una media de cuatro o cinco años viajando a la velocidad de la luz, cosa que, como sabemos, aún no podemos hacer. Aseguran los científicos que a civilizaciones de tecnología desarrollada podría no darles tiempo a comunicarse entre ellas sin antes correr el peligro de haberse extinguido, bien por cataclismo interno o bien por desaparición física de la estrella que los sustenta. El Sol, que es una estrella normalita, tiene unos cuantos millones de años de vida y parece que le quedan otros tantos, pero cuando se disipe, como le ha pasado a las estrellas que vemos de noche en la playa –están tan lejos que su luz nos llega cuando puede que hayan muerto–, todos los que andamos por el sistema solar nos iremos a la porra, por muchas letras que nos queden por pagar de la segunda vivienda. Es cierto que, atendiendo al número de estrellas y galaxias, es demasiado antropocéntrico pensar que somos los únicos, pero los propios científicos no acaban de compartir entusiasmo o escepticismo: sólo en la Vía Láctea, una de las miles de millones de galaxias del universo, hay unos diez mil millones de planetas parecidos al nuestro: alguno, es cierto, podría haber albergado alguna vida microbiana, pero evolucionar a vida tecnológicamente avanzada parece más improbable. El programa SETI, búsqueda de vida extraterrestre mediante la emisión de señales de radio, ha realizado estudios estadísticos que le permiten aventurar que dentro de cuarenta años podríamos recibir alguna respuesta a las señales que soltamos al espacio, pero Hawking asegura que si esas señales les llegan a civilizaciones con menos evolución no recibiremos respuesta y si, en cambio, les llegan a otras más evolucionadas, el resultado puede no ser deseable. Pensemos que en recorrer los cuatro años luz que nos separan de Alfa Centauro, nuestro sol vecino, una señal tardaría unos trescientos años en llegar. Y habría que esperar otros tantos a recibir la respuesta a nuestro «hola». ¿De veras tras cuarenta años tendríamos alguna evidencia? Para que una estrella pudiera albergar algún tipo de vida superior a la microscópica debería estar cerca de un sol, orbitar en circular para no achicharrarse o congelarse, disponer de un campo magnético, de la gravedad justa, de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno...

Hawking ha venido a decirnos que mejor no nos metamos en líos, que ya tenemos bastante con nuestras cuitas. Que si hay alguien ahí fuera y es capaz de llegar aquí es porque nos da cien mil vueltas. En realidad, ha querido decir que ya hay bastantes extraterrestres aquí sin necesidad de que vengan del espacio. Convengamos, en cualquier caso, que lo más apetitoso del encuentro sería convencerlos de que se llevaran a unos cuantos en la nave y los desmontasen, pieza a pieza, en su laboratorio. Usted tiene sus candidatos, seguro. Yo, también.