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Carlos Herrera  
ABC, 18 de septiembre de 2020
La jodienda

Que ante el derrumbe evidente Sánchez haya optado por planes ideológicos, habla de su escasa estatura

Un antiguo cargo político de relumbrón y eficacia en la España autonómica, cuya identidad me guardo para no colorear positiva o negativamente el diagnóstico certero que me brindó en un par de pinceladas, me aseguraba ayer mismo entre los delicados efluvios de un vino generoso -de esos que solo Jerez-Sanlúcar sabe brindarle al mundo- que todo gobierno debería, especialmente en tiempos de convulsión, dedicarse a atender a las vidas y a los empleos de los españoles. Una crisis como la presente exige que el gobierno que esté al frente considere que su labor fundamental es olvidarse de tontunas históricas y hacer lo posible por evitar la muerte de sus conciudadanos, emplearse a fondo en resultar útiles al cien por cien a aquellos que pueden ser víctimas de una epidemia imprevista y sentar las bases de operatividad de todos los resortes del Estado para impulsar crecimiento y prosperidad. Pero la pandemia ha sobrevenido con un gobierno que tenía otros planes, otras preferencias, otros objetivos históricos. Y esa es la jodienda.

Cada gobierno, me decía, tuvo una tarea principal según su momento histórico. Suárez, aquél tótem, hubo de democratizar instituciones, desmontar el andamiaje del tardofranquismo, escribir una Constitución, organizar una suerte de reconciliación y, por demás, asegurarse de que, si abrías los grifos, seguía saliendo agua. Que no era poco. Calvo Sotelo, a ojos del que escribe cada vez más gigante, entendió que España debía de estar en la OTAN y lo promovió mientras debía sacudirse por igual la crisis económica correspondiente y el juicio del 23F. Al poco llegó González, y también a ojos del presente se le puede resumir su quehacer mediante dos acciones imprescindibles para nuestro país: entrar en Europa y modernizar la Administración. Felipe trabajó, con los altibajos inevitables y los peros históricos que consideremos oportunos, cara a un objetivo estratégico para la historia de España: ser parte de un club inevitable pero de acceso difícil y engrasar los resortes del Estado a favor del bienestar elemental de los españoles. Llegó Aznar y a él le correspondió modernizar la economía, hacer que España cumpliera las condiciones de Maastrich -que no las cumplía-, entrar en el euro y cobrar importancia en el reparto de papeles europeos. Su apuesta atlántica no resultó. Inopinadamente tras unas jornadas aciagas llegó Zapatero, que pudo haber continuado con la labor de sus predecesores pero que prefirió apostar por la ideología, despertar fantasmas que deambulaban somnolientos por los armarios de la historia y jugar a las casitas con nacionalistas e independentistas. En materia social creó algunos espacios estimables, aunque sucumbió ante una crisis mundial que, en puridad, no era responsabilidad suya pero que no supo afrontar con decisión. Cuando lo hizo, y lo hizo con valentía, se ganó hasta el desprecio de los suyos. En eso llegó Rajoy, cuya misión histórica claramente era superar la pavorosa crisis económica y financiera heredada, cosa que consiguió, a la par que evitar la intervención de nuestras cuentas públicas por parte de la UE.

Después de la moción de censura propiciada por un juez golfo y la traición del PNV, llegó Sánchez. Su misión histórica se vio truncada por una pandemia ante la que debía dedicar sus energías a salvar vidas y empleos. Solo con ser recordado por eso alcanzaría olimpos incluso superiores a sus antecesores. Pero se ha dedicado, en cambio, a atacar la Constitución, a amamantar tardocomunistas en el gobierno, a rondar a golpistas y filoterroristas y, por fin, a romper la concordia de los españoles con húmedos sueños guerracivilistas que no dan de comer a nadie.

Que ante el derrumbe evidente, Sánchez haya optado por planes ideológicos que dividen estérilmente a la sociedad, habla de la escasa estatura de quien, malhadadamente, ha querido el destino que nos toque a los españoles en tiempos de zozobra. La secuencia es lacerante, pero es la que hay.