«Prepárense los insurrectos a recibir la visita de los exigentes rabinos nacionalistas. Vayan encargando los nuevos letreros, que ya han anunciado que no van a pasar ni una, pues la defensa del idioma catalán no puede ceder ante tamañas afrentas comerciales»
La idea del Kentucky Freíd Chicken le vino al coronel Sanders cuando tenía edad de ser pensionista. El coronel Sanders, por supuesto, ni era coronel (un gobernador le concedió ese título) ni creo que era del mismo Kentucky, pero era un honrado trabajador que se había ganado la vida friendo pollo y que un buen día, con un puñado de dólares, decidió comenzar la aventura empresarial característica de los emprendedores. Sus famosas y secretas once hierbas con las que freía las alas y los contramuslos le iban a dar fama y dinero, y le iban a permitir que su invento creciera, se multiplicara y acabara instalándose en un buen puñado de países gracias al negocio de las franquicias. A mí, personalmente, ese pollo no me gusta, pero reconozco que tiene atractivo para los más jóvenes y para los consumidores de comida rápida, aunque eso ahora es lo de menos. En todos los lugares a los que ha llegado la fotografía del simpático abuelito el comercio se llama, por supuesto, igual: FKC. ¿En todos?
Bueno, tal vez en todos no. En la atractiva e igualmente emprendedora Cataluña, si hacemos caso a los dictados de la Generalitat, habrá de reconvertir su escaparate y traducirse a «Pollastre Fregit de Kentucky», ya que la normativa que los inspectores catalanes piensan implantar a golpe de sanción obliga a todo comercio a que rotule en catalán, sea de donde sea y venda lo que venda, le guste o no le guste y diga lo que diga (recuerdo que en ese mismo local que ahora ocupa el KFC en la esquina de Urgel y Maciá —antes Calvo Sotelo— moraba un agradable bar llamado «La Tour» donde pasé parte de mi aburrida adolescencia con mis amigos Eurico y Alvarito; hoy debería llamarse «La Torreta», supongo).
De esa misma manera, las demás franquicias de «Fast Food», Léase McDonalds o Burger King, habrán de cambiar sus unificados rótulos, digo yo, y pasar a llamarse «Mentjar Rápid», y los locales y restaurantes que pueda tener «La Dorada», por muy andaluz que sea su concepto de fritura, ya pueden ir encargando otra rotulación que diga «Peixet Fregit» en lugar de «Pescadito Frito». Ni que decir tiene que las diferentes casas regionales que salpican el territorio catalán deberán olvidarse de su idioma original (¿las que no son en castellano también?) y pasar a llamarse «Casal d’Andalusía» o «Casal d’amics de Zaragoza», por mucho que su origen o su lengua sean otras. Vayan preparándose también los diferentes consulados radicados en Barcelona. Y vayan tomando nota las tabernas típicas vascas, que últimamente proliferan, y los comercios que venden, sin ir más lejos, trajes de gitana, que ya saben que ahora pasarán a ser «Botiga de Vestits Flamencs» con que vestirse para asistir a la «Fira D’Abril». La Plaza de Toros Monumental, a la que le tienen ganas por no ser la fiesta de los toros políticamente correcta en el ideario ni la esencia catalanista, deberá cambiar su casi centenaria inscripción para escribirse «Plaça de Braus y gracias; «Wall Street Institute», «Pizza Hut» y «Pizza Queen», otro tanto, y sólo me queda la duda de lo que le pueda pasar a «El Corte Inglés», que traducido resulta «El Tall Anglés» (o Britanic), y no sé yo si ahí no harán una excepción habida cuenta de la trascendencia internacional de los almacenes de Don Isidoro.
Prepárense los insurrectos a recibir la visita de los exigentes rabinos nacionalista. Vayan encargando los nuevos letreros, q
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