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Carlos Herrera  
El Semanal, 17 de enero de 2010
TONY MANERO VUELVE A CASA

Han sido tantos los años dando vueltas por medio mundo que Tony Manero ansiaba locamente acabar el año, por fin, acomodado en los paisajes de su juventud, en su puente gótico de Brooklyn, en su Greenwich Village, en su calle Barrow, en los alrededores de su discoteca Odissey 2001 ya desaparecida de la calle 60, en la orilla del río de su barrio viendo el perfil poderoso y nocturno de Manhattan, en los bares del Soho, en las hamburgueserías del Downtown... Que si un año escuchando valses en Viena, que si otro comiendo gorrín en Navarra, que si otro tiritando en Finlandia, que si otro expuesto a la humedad marismeña, hacían que Manero necesitara sentarse en su mesa del Upper East y pedirle lo de siempre al camarero de JG Melon, su acudidero imprescindible, el que pasa por hacer el mejor baconburguer de la ciudad. Lo devoró y se llevó sorpresa añadida: tantos años dejándose caer por el estrecho y acogedor lugar sin saber que el encargado con aspecto de propietario es hijo de un emigrante de Almería que acabó en aquellos lares después de mil peripecias por medio mundo. Sólo sabe hablar inglés, pero dice con mucho orgullo ser español, de Almería, además de americano. Manero estaba en su salsa: consiguió el abrigo de ala más ancha para abrigarse de los doce grados bajo cero que cortaban como un bisturí hasta las mejillas de un rinoceronte y salió a la conquista de lo suyo, de sus rincones pequeños y secretos, de sus locales desconocidos por la furia imparable de los visitantes, de su mesa preferida en el extraordinario Blue Smoke, el bar que mejor prepara las costillas con salsa barbacoa de todo Nueva York y en el que se respeta la composición original que Norma Lombrinni confeccionó para los condimentos extras del costillar. Incluso una mañana tomó el tren Acela que une su ciudad con Washington en unas dos horas y media para acercarse a The Oval Room, el restaurante en el que come medio Congreso y media Casa Blanca y en el que se bebe el mejor vino californiano, excluidos Jordan y Chimney Rock, los dos cabernets americanos por los que Manero ma-ta. El frío era gélido y The Oval Room estaba cerrado, pero siempre quedaba el fashion Café Milano, en Georgetown, donde te puedes encontrar por igual a Madeleine Albright o a Hillary Clinton, donde controla el comedor un maître de Huelva y donde se puede comer una homemade pasta bastante decente para los tiempos que corren. Un tributo de respeto a Lincoln y vuelta a casa: a Manero le entusiasma la Union Station de Washington, tan solemne, tan espaciosa, tan monumental, tan grandiosa, tan de película... y con un par de buenos sitios para sentarse a beber un Whisky Sour, el bourbon domesticado que algunos atribuyen a una invención del camarero inglés Elliot Stubb, pero que Manero prefiere remitir a la vieja leyenda de Manolito Sawer, aquel mesero al que una reunión de trascendentales gánsteres preparó ese combinado con Jack Daniel’s, azúcar y limonada. En realidad, a Manolito le faltaba whisky y se inventó el brebaje para alargar las copas y servirles un trago a todos: vano empeño por agradar ya que, al pedir, entusiasmados, otra copa y en vista de que un aterrorizado Sawer no tenía más, vaciaron sobre él dos o tres cargadores de plomo. Siempre que Manero toma un Whisky Sour, levanta la copa y, como algunos fieles a la leyenda, brinda por Manolito Sawer, el mártir propiciatorio de tanto buen momento. Al poco de la vuelta del DC, a Manero se le sobrevino lo imprevisto: se topó por la calle con dos egregios representantes de lo mejor de la sociedad sevillana, Manuel Marvizón y Ricardo Laguillo. Mira que Nueva York es grande y que las horas del día son muchas, se dijo Manero, pero allí estaban, saliendo de un local de copas de dudosa reputación de la Octava Avenida –en realidad, de poco dudosa reputación–, con gorro y forro polar uno –Manuel– y con chaleco de primavera a pecho descubierto el otro –Ricardo–, desafiando a la noche neoyorquina. Es imprescindible que Manero les cuente qué ocurrió con estos dos grandes españoles de su tiempo, pero es menester que eso ocurra la semana que viene. Permanezcan atentos, ya que no tiene desperdicio.