artículo
 
 
Carlos Herrera  
El Semanal, 6 de diciembre de 2009
La mejor tortilla estatal

«2009 Primer Premio de Tortilla Estatal»

Soy adicto al blog de Santi González, el periodista vasco más trascendental –incluso algo trascendente– de los últimos treinta años, y lo soy por varias razones que pueden reunirse en una sola: siento una muy insana envidia por el talento que se evidencia en sus artículos y el que brilla en los comentarios de sus lectores, un grupo de gamberros cultivados poseedores de clarividencia mordaz y de una mala leche agudísima. La última perla aportada al debate patrio por el impagable observador bilbaíno ha sido el cartel que luce un bar de su localidad que ha resultado triunfador del prestigioso concurso de tortillas de patatas que se ha celebrado este año en Alicante y que casi siempre gana mi amiga Ciri, del asador La Encina de Palencia. Ignoro si por guasa provocadora o por poquedad hipercorrecta, el propietario ha colocado en la puerta acristalada un gran y legítimo anuncio que reza «2009 Primer Premio de Tortilla Estatal», supongo que por aquello de que a la tortilla de patatas siempre se la conoció como `tortilla española´, que no fue otra cosa que un gran invento carlista del general Zumalacárregui, que en el Sitio de Bilbao ordenó mezclar en una olla las patatas con los huevos para así ganar tiempo y empezar pronto los combates. Las vueltas que da la vida.

Siempre me ha resultado tan enternecedor como cómico el esfuerzo titánico que se realiza desde algunos ámbitos nacionalistas para no mentar la palabra `España´. Ya es sabido que para la televisión catalana, por ejemplo, la `Vuelta Ciclista a España´ es la `Vuelta Ciclista al Estado´ o la `selección nacional de fútbol´ es la `selección estatal´, nunca la `selección española´. Un cantante concienciado siempre hará una gira por Francia, Italia, Alemania y el `Estado español´, como me dijo una vez el mánager de una cantautora mallorquina muy admirada por mí: le contesté que no sabía que fuera a cantar en comisarías de Policía, delegaciones de Hacienda, cuarteles de la Guardia Civil o institutos públicos de diversas poblaciones. Les pasa lo mismo que a Franco, que se pasaba el día hablando del Estado, nunca de España: él era jefe del Estado español y así siempre se hacía llamar, el Estado por aquí, el Estado por allá, el Estado ha hecho esto, el Estado ha hecho aquello. Tampoco es nuevo eso de cambiarle los nombres a las cosas en función de desafecciones políticas: la `ensaladilla rusa´ hubo un tiempo que fue obligatoriamente conocida como `ensaladilla nacional´ y los `filetes rusos´, como `filetes imperiales´, o sea, que la tradición viene de lejos.

Se pueden confeccionar todo tipo de ocurrencias a cuenta de la pirueta del bar bilbaíno, pero todas nos llevan a una cierta melancolía después de haber pasado por la coña. Fundamentalmente llegamos a una y es la de que la cursilería no tiene límites: nada como un nacionalista para hacer el ridículo impunemente, para mostrarse desnudo y sincero ante las fauces devoradoras de todo inquisidor medianamente agudo que considere que no atreverse a presumir de ser el mejor tortillero de España es un signo inequívoco de estulticia. Porque aquí el objetivo es doble, negarse a llamar `española´ a la tortilla española o evitar escribir el nombre de `España´ como ámbito geográfico en el que se ha desarrollado el campeonato. La palabra `estatal´ es el sortilegio eufemístico que los libera de la tortura de pronunciar la bicha, es el hallazgo que los desata del yugo, es la displicencia perfecta para verse ajenos a una realidad inevitable: en su pasaporte pone `español´, pero en su lenguaje pueden ser otra cosa. De seguir así, le cambiaremos el nombre a muchas cosas más, como escriben los blogueros: cantaremos la canción de Cecilia diciendo «Mi querido Estado, este Estado mío, este Estado nuestro…», entonaremos la publicidad de las aceitunas de mesa cantando «Es la Estatal una aceituna como ninguna…» o cambiaremos las palabras del verso de León Felipe «Estado camisa blanca de mi esperanza…», y así, de genialidad en genialidad, llegaremos al sandio territorio feliz en el que no quedarán ni los gentilicios.

Pobre España, engrudo de huevos y féculas destinada a ser una simple tortilla estatal desestructurada. Y, a todo esto, tendrá el bar hasta los topes, seguro.