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Carlos Herrera  
El Semanal, 3 de enero de 2010
LOS COMPLICADOS HORARIOS ESPAÑOLES

¿Se puede ser competitivo en el mercado laboral y empresarial europeo con los horarios que desarrollamos los españoles? Usted me dirá: «¡Y qué tendrá que ver la hora a la que yo trabajo con lo que yo produzco!». Pues puede que tenga más que ver de lo que parece. Los españoles nos levantamos pronto, especialmente en las grandes ciudades, comemos tarde, salimos tarde de trabajar y nos acostamos con el estómago lleno de una cena también tardía: es decir, conciliamos mal los horarios laborales con los familiares y, paradójicamente, a pesar de las horas invertidas en el trabajo, somos poco productivos y poco competitivos. Son varias las voces que reclaman un cambio de costumbres en España, pero todas ellas saben que es un esfuerzo titánico, ya que la tradición horaria de una sociedad no cambia así como así, y mucho menos por decreto.

Ignacio Bruqueras, adalid de la europeización de los agrestes horarios españoles, lleva años clamando en el desierto para que cambiemos de costumbre y, así, trabajemos menos y produzcamos más: sostiene que mucha presencia horaria en puestos de trabajo es meramente gestual e improductiva, que habría que acabar de laborar a las cinco de la tarde, cenar pronto, en familia o con amigos o en soledad, y relajarse en función de esa ecuación por todos aceptada: si un día tiene veinticuatro horas, lo ideal es dedicar ocho a trabajar, ocho a dormir y ocho a relacionarnos con la vida y nuestros semejantes, eso que se llama el ocio. La web www.horariosenespaña.es explica bien sus ideas. Visto con sensatez, habremos de reconocer que los españoles, movidos tal vez por nuestro clima y costumbre, exageramos los horarios. Prácticamente, nadie de nuestro entorno hace las cosas como nosotros. Nadie come a las tres de la tarde. Nadie cena a las once y media. Podrán decirme que la luz de Finlandia invita a hacerlo todo pronto para aprovechar lumínicamente lo que hay, y alguna razón llevan quienes manejan ese argumento, y que a ver quién es el guapo que cena en verano en Almería a las siete de la tarde. Pues ni tanto ni tan calvo. En otros lugares, la comida principal no es el almuerzo, sino la cena: la comida de mediodía es un mero trámite y el núcleo familiar se sienta, muerto de hambre, a las siete o siete y media a cenar. De ahí a la hora de acostarse tienen tiempo de hacer una satisfactoria digestión y pueden dirimir las cuitas familiares con tiempo y tranquilidad. También el personal se acuesta pronto para así poder levantarse pronto y desayunar opíparamente –el desayuno puede que sea la comida más importante del día– y para trabajar temprano y salir temprano del trabajo. Creo, con la mano en el corazón, que ese horario irá ganando poco a poco terreno en España, aunque algunos crean que es imposible convencer a los españoles de que no se trata de algo infinitamente más aburrido que lo que ya conocen y practican desde la noche de los tiempos. Con la mano en el corazón: ¿no les da una pereza insufrible salir a cenar y sentarse a una mesa a las once de la noche y pensar en qué pedir y en cuánto cansancio lleva desde el lunes y en cuánto omeprazol tendrá que tomarse antes de estirarse en la cama? Más: ¿no les da una modorra inaguantable ver atardecer a las cinco y pico en invierno mientras se está tomando el café previo al postre del almuerzo?

La racionalización de los horarios que propugnan los de Bruqueras no se queda, en cualquier caso, en el detalle de la digestión de la cena; como parece obvio, va más allá: a la racionalización del tiempo de ocio, al aprovechamiento de la luz natural, a la conciliación de la vida familiar con la laboral, al adelanto del horario estelar de las televisiones, a los horarios comerciales y a un puñado de iniciativas más que, como poco, merecen un debate. No digo yo que mañana vayamos a parecer suecos o escoceses obligados a entristecernos a las ocho de la tarde: digo que podremos divertirnos más si analizamos y ponemos en práctica alguna de las costumbres que tienen estos puñeteros europeos y aquellos condenados americanos que nos ganan en casi todo.